En el filo de la navaja. Perspectivas para la economía mundial

"La asombrosa recuperación de Asia". Este es el tipo de titulares que hemos visto en los últimos meses. Parece como si se hubieran desvanecido los efectos de los crash bursátiles de 1997 y se buscan ansiosamente signos de recuperación en Asia y Europa para demostrar que el mundo ha conseguido eludir la recesión. Una vez más, los portavoces de la denominada nueva economía proclaman el triunfo del libre mercado. Sin embargo todo este triunfalismo carece de bases científicas. Desmarcándose de optimismos infundados, los representantes serios del capital observan con creciente preocupación las perspectivas que se abren para la economía mundial.

Comencemos por la recuperación asiática. Los defensores de que la crisis está superada la exageran, sin tener en cuenta el hecho de que las dos economías decisivas de la región se encuentran en una profunda crisis. Stratfor Weekly Analysis (6/7/99) co-menta en tono cáustico:

"Por supuesto que Asia ha mejorado, después de todo es difícil que le pueda ir peor. Pero en nuestra opinión se están produciendo dos fenómenos. En primer lugar asistimos a un resurgimiento económico cíclico y regular para luego volver a bajar. Nada se mueve en línea recta y el resurgimiento de Asia era inevitable después de la depresión general, lo mismo ocurrió en EEUU durante la depresión de los años treinta. Sin embargo los países claves de Asia, Japón y China, durante el último año no han conseguido resolver sus graves problemas estructurales. Problemas estructurales que limitan gravemente las posibilidades de formación de capital en estos países; en todo resurgimiento económico se crea dinero que después se utiliza para aliviar los problemas de deuda a corto plazo, sin que se cree, de ese modo, capital a largo plazo".

En otras palabras, lo que estamos viendo en Asia no es el principio de una recuperación duradera sino simplemente una recuperación temporal en el curso de un descenso económico. Asia todavía no ha superado la crisis. La prolongación del boom en EEUU es lo que alarga la recuperación asiática más de lo esperado. Este factor, en exclusiva, es el que está sosteniendo la economía mundial, y eso es lo que preocupa a los estrategas del capital.

¿Cómo se puede explicar la recuperación parcial de algunas economías asiáticas? La afirmación de que la economía capitalista se mueve en ciclos ininterrumpidos de booms y recesiones no requiere un comentario especial. Incluso a la recesión más profunda siempre le acompaña una recuperación momentánea. Por este motivo no es una sorpresa que, tras la crisis del verano de 1997, algunas economías asiáticas estén dando muestras de lo que puede ser una recuperación parcial. Mientras la economía norteamericana siga creciendo y absorbiendo exportaciones, las economías asiáticas tendrán la posibilidad de dar salida a sus excedentes de mercancías, proceso que se ve favorecido en gran medida porque la devaluación de sus monedas abarata las exportaciones.

El otro elemento en esta ecuación es lo que el marxismo denomina la ley del desarrollo desigual y combinado. Ya hace más de cien años que Marx y Engels explicaron que el capitalismo se desarrollaría como un mercado mundial. El fenómeno de la globalización demuestra brillantemente esta predicción. Pero esto no significa que las desigualdades del capitalismo ya no existan o que los booms y recesiones se tengan que suceder de forma simultánea en toda la economía mundial. El capitalismo no se desarrolla al mismo ritmo y de forma sincronizada en todas partes. Al contrario, el rasgo característico del capitalismo es la anarquía de las fuerzas productivas, fenómeno que persiste a pesar del dominio de los grandes monopolios, de la intervención del FMI, del Banco Mundial, de los bancos centrales y del tan cacareado fenómeno de la globalización.

Incluso en la época de la economía y las transacciones financieras informatizadas, estos procesos requieren su tiempo para que lleguen a alcanzar al conjunto de la economía mundial. Tuvo que pasar un año para que la devaluación de la moneda tailandesa afectara a la economía rusa. Rusia dejó de pagar su deuda en agosto de 1998. A su vez, la devaluación brasileña tuvo lugar año y medio después, en enero de 1999. En Asia sí que los efectos fueron inmediatos, provocando un colapso tras otro, generando un resurgimiento de la lucha de clases en Corea del Sur, una seria crisis política en Malasia y, lo más importante, los inicios de una revolución en Indonesia.

Para que este proceso afecte a la economía mundial es necesario que pase un tiempo. Los efectos de la recesión de 1929 en EEUU no alcanzaron a Europa inmediatamente. La economía francesa, que era relativamente atrasada, entró en recesión tres o cuatro años más tarde, cuando EEUU ya estaba saliendo de ella. Estos ritmos desiguales se pueden observar en todas las crisis capitalistas y ésta no va a ser una excepción. El fenómeno del desarrollo desigual y combinado también es comprendido por algunos economistas burgueses. Stratfor afirma correctamente que no se puede hablar de Asia como si fuera un solo ente económico homogéneo:

"El segundo fenómeno que estamos viendo en Asia es el de la diferenciación entre los países. Ya no es razonable que en las discusiones económicas se considere a Asia como una entidad única. Antes lo era, al menos en el sentido de que casi todos los países asiáticos se encaminaban en la misma dirección ascendente. Hoy ni siquiera van en una dirección única. Algunos parecen recuperarse, como es el caso de Corea del Sur. Otros se hacen a un lado, y otros aún se encuentran en recesión. Pero lo más importante es, en nuestra opinión, que los dos motores de Asia, Japón y China, a pesar de las últimas alzas en sus mercados de valores y las prometedoras cifras económicas, no podrán seguir avanzando sin una reestructuración interna importante, y no están precisamente en esta línea. Aún padecen los desequilibrios estructurales que dieron lugar al problema desde el principio y, dado que son la fuerza motriz de Asia, determinarán la tendencia general pese a la existencia de divergencias en países concretos. En nuestra opinión, esa tendencia seguirá siendo descendente. La demanda de Asia aumentará, pero no está claro que lo haga de una forma importante o que lo haga de una forma permanente".

A pesar de todo el revuelo generado por la supuesta recuperación de Asia, la situación real no es tan prometedora como nos quieren hacer creer los propagandistas del mercado. La recuperación parcial de Corea del Sur y de otras economías asiáticas no significa que vayan a reeditar la edad dorada de los tigres. La recuperación es bastante débil en comparación con el pasado. Ni siquiera se han recuperado de la caída de la producción de los últimos dos años. Las economías del Sudeste Asiático todavía están funcionando muy por debajo de su capacidad. El desempleo sigue siendo alto y todavía existen enormes cantidades de mercancías sin vender. Ni siquiera está garantizada una débil recuperación. Una caída en EEUU o quizás una devaluación de la moneda china provocaría en toda la zona un desorden incluso más profundo.

Aunque durante la primera mitad de este año ha habido crecimiento en Corea del Sur, Tailandia y Malasia (incluso relativamente en Indonesia), las dos principales economías de Asia —Japón y China— permanecen enmarañadas en contradicciones insolubles. Sin un auge duradero y serio en estas economías, el futuro de Asia permanecerá envuelto en la incertidumbre y sujeto a cada nueva vicisitud de la economía mundial, en especial la de EEUU, que es lo único que mantiene la recuperación actual. Y no puede mantenerla mucho tiempo.

 

Una crisis de sobreproducción

La crisis en Asia es una crisis clásica de sobreproducción. The Economist (20/2/99) publicó un artículo que razonaba lo siguiente:

"Debido a la enorme sobreinversión, en especial en Asia, el mundo está inundado de un exceso de chips de ordenador, acero, coches, prendas textiles, barcos y productos químicos. La industria automovilística, por ejemplo, ya tiene al menos el 30% de su capacidad productiva mundial infrautilizada, y a pesar de ello se siguen abriendo nuevas fábricas de coches en Asia".

Los comentaristas burgueses más serios sí intuyen las inciertas perspectivas de Asia. The Economist (21/8/99) también comenta:

"Los riesgos obvios de esta recuperación provienen de fuera del Sudeste Asiático. La agitación de la economía japonesa ayudó a proporcionar cierta demanda para todos, desde el sector de la electrónica hasta los servicios turísticos pasando por la industria maderera, y un cambio de rumbo traería malas noticias. Si China —que en medio de la caída general ha seguido creciendo— entrara en una crisis, acompañada por una profunda devaluación de su moneda, el yuan, la confianza en la región sufriría un golpe. Si la economía norteamericana fallara —en especial su demanda de electrónica—, también supondría un duro golpe. Y aún restan los estragos económicos que ocasionaría un colapso de Wall Street".

Esta perspectiva pesimista la comparten otros estrategas del capital. En su informe del tercer trimestre (26/7/99), Stratfor diagnostica lo siguiente:

"(...) Digámoslo de otro modo, la crisis asiática ha terminado, en el sentido de que ya no es una crisis, sino una enfermedad a largo plazo e incurable. (...) En algunos países hay una recuperación, pero no en Asia en su conjunto. En nuestra opinión los problemas continúan en las dos economías más grandes de Asia —Japón y China—, que se dirigen hacia depresiones más profundas e irrecuperables".

Estas son las opiniones de los analistas capitalistas más previsores sobre las perspectivas para Asia.

 

China en crisis

El hecho de que China continúe creciendo a un ritmo rápido (8%) se considera un signo positivo, pero en realidad es un serio problema. Una gran parte de las mercancías producidas por la industria china no se pueden vender, ni dentro de China ni en el resto de Asia. En China hay ahora una enorme sobreproducción, como demuestra que se hayan impuesto topes a la producción de una serie de mercancías destinadas al consumo, una vez que los subsidios a la exportación han sido incapaces de detener la caída de los precios.

La prohibición, que comenzó el 1 de septiembre, incluye toda una gama de productos: vídeos, reproductores de discos compactos, microondas, refrigeradores, acondicionadores de aire, incluso bicicletas, pasta de dientes, bolsas de plástico, dulces, sal, zumo de manzana y licor. Además se ha impuesto un embargo a la construcción de apartamentos de lujo, hoteles, tiendas y edificios de oficinas. Stratfor comenta: "El descenso de la demanda se extiende al suelo urbano; también en este mercado China se enfrenta a la superabundancia. Según Associated Press, en la ciudad costera de Shanghai el 70% de las oficinas están vacías. El boom que llenó el cielo de Shanghai de rascacielos y grúas ha colapsado y, si Shanghai no es capaz de atraer a hombres de negocios, es de suponer que el interior de China esté inmerso en una recesión en toda regla".

"El mercado doméstico chino está estancado, con ciudadanos preocupados por el aumento del desempleo escondiendo su dinero debajo del colchón en lugar de gastarlo. Con un mercado hastiado, los productores chinos están ajustando los precios, y de esta forma amenazan con hacer realidad el temor al desempleo. Pekín ya ha intentado reducir la espiral deflacionaria, imponiendo precios mínimos para algunos productos".

"China sufre una crisis de sobreproducción y subconsumo. La confianza de los consumidores se ha derrumbado, y con ella la demanda doméstica. Mientras tanto, a pesar de generosos subsidios a las exportaciones, China es incapaz de exportar como salida a la crisis"(el énfasis es nuestro).

La conclusión es ineludible. Golpeada por una profunda depresión y un colapso de la demanda doméstica, China probablemente se verá obligada a recurrir a la devaluación, lo que originaría una nueva oleada de devaluaciones competitivas en Asia que haría añicos la débil recuperación actual y afectaría a toda la economía mundial.

Tampoco está nada claro que una devaluación del yuan pueda resolver los problemas de China. Pekín se ha resistido hasta el momento a devaluar por el efecto que tendría en la deuda externa china y en el dólar de Hong-Kong. Durante los últimos dos meses han mejorado algo las exportaciones, y tratarán de mantener alejado al demonio tanto tiempo como puedan. Pero la medida será inevitable tarde o temprano. La disputa comercial entre China y EEUU cada vez es más amarga. La mayoría republicana en el Congreso norteamericano, desde siempre inclinada al aislacionismo, está decidida a bloquear la entrada de China en la OMC (Organización Mundial del Comercio). Las tendencias proteccionistas inevitablemente crecerán ante la llegada de una recesión, o incluso ante una caída de la economía de EEUU. En este clima, las devaluaciones competitivas se pondrán al orden del día.

Sobre el futuro del capitalismo en China pende un gran dilema. A diferencia de lo ocurrido en Rusia, la burocracia china mantiene firmemente el poder en sus manos. Aterrorizados por una explosión revolucionaria de los trabajadores y campesinos, es totalmente posible que la burocracia regrese a una política de propiedad estatal y planificación centralizada. Los capitalistas extranjeros están perdiendo la fe en el milagro chino. Por primera vez en veinte años, se ha reducido la inversión extranjera, aunque en términos absolutos sigue siendo alta: 45.000 millones de dólares en 1998 y 30.000 en 1999. Pero el tamaño de la economía china hace que estas sumas sean insuficientes para resolver los problemas fundamentales. Las autoridades son conscientes del potencial existente para el aumento del malestar social y el surgimiento de procesos revolucionarios. Sufren enormes presiones para que cierren las industrias propiedad del Estado, pero no lo hacen por temor a las consecuencias que tendría entre las masas un aumento del desempleo que afectaría a millones de trabajadores y que el sector privado no se encuentra en posición de absorber. En caso de una recesión seria del capitalismo mundial, este proceso se aceleraría enormemente. Stratfor, correctamente, plantea:

"A China se le están acabando las opciones. Si la devaluación no funciona, todavía pueden imponer controles monetarios internos —una opción potencialmente catastrófica para las empresas extranjeras registradas en China, que utilizan bancos chinos y comercian con el yuan—. Y si imponen un mayor control estatal, existe la posibilidad de sanciones. China ha declarado la guerra a la corrupción, persiguiendo 244.000 "crímenes económicos" en la primera mitad de 1999, un 28,6% más que en la primera mitad de 1998. El intento gradual de Pekín de hacer una reforma económica sin disturbios sociales ha fracasado. Ahora llega el crash y con ello el intento de regresar al control central".

 

Japón: la recesión continúa

El colapso del modelo japonés en sí mismo representa un punto de inflexión importante. Durante casi todo el período de la posguerra, Japón actuó como una de las principales fuerzas motrices de la economía mundial. Ahora Japón lleva una década en crisis, hundido en una crisis deflacionaria; es el primer país capitalista desarrollado que experimenta este fenómeno desde los años 30, un serio aviso para todos los demás. Durante los últimos tres años, el Índice de Precios al Consumo (IPC) japonés sólo fue del 0’% anual. Esto no refleja un crecimiento de la productividad, sino una demanda débil y un exceso de capacidad (sobreproducción). La situación con relación a los precios de fábrica es aún más dramática. Durante los últimos nueve años han caído. Los salarios medios en el sector manufacturero, hasta el mes de julio de 1999, han caído un 2’3%.

Los economistas burgueses han elaborado un sistema para medir el rendimiento económico de un país. Comparando su crecimiento económico real con un índice de crecimiento hipotético, basado en esa misma economía pero a pleno rendimiento, se halla el diferencial de producción. A pesar de la arbitrariedad implícita en este método, puede dar una idea aproximada de los problemas a los que se enfrenta Japón. La brecha de producción de Japón es ahora del 8%, una cifra considerable, más grande que la de cualquier otro país capitalista desarrollado desde los años 30. La economía más grande de Asia está tocada por la recesión, y en este estado cualquier sobresalto serio la empujará más allá del borde del precipicio. Japón entraría en una profunda recesión, caracterizada, como en los años 30, por una caída de la demanda, un descenso de los precios y una reducción de los préstamos bancarios, provocando el agotamiento de la inversión productiva, el declive y el estancamiento económico general.

De particular preocupación para el resto del mundo —y para EEUU especialmente— es la amenaza de un colapso del sistema financiero japonés. Si tenemos en cuenta que Japón es el mayor prestamista del mundo, la retirada de los préstamos podría precipitar un colapso general del sistema financiero mundial, con unos efectos catastróficos. La extrema dependencia que la economía mundial tiene de EEUU crea un desequilibrio que amenaza con desestabilizar a todos los países. Precisamente porque la clase dominante norteamericana es consciente de que no puede mantener esta situación indefinidamente, Washington está presionando a Japón para que inyecte liquidez, para que su economía pueda absorber más exportaciones asiáticas. Las repetidas inyecciones de capital público el billón de dólares en los últimos seis años— han convertido a Japón en uno de los países más endeudados del planeta. Y a pesar de las ingentes cantidades de dinero que el gobierno ha vertido en la economía, todavía permanece en recesión:

"Las cifras de Japón demuestran que su economía se ha vuelto a contraer en el último trimestre, acabando con lo que parecía una recuperación. Como ya hemos dicho, Japón ha estado experimentando un rebrote a medio plazo dentro de un declive a largo plazo. El problema esencial es la baja tasa de retorno del capital. En otras palabras, sus beneficios son demasiado bajos para capitalizar completamente su economía; no es capaz de atraer inversión extranjera ni tiene los medios estructurales para integrar la inversión a gran escala. La única salida a este dilema sería una reestructuración de la agonizante economía japonesa, incluyendo bancarrotas masivas, desempleo y miseria. Sus efectos durarían toda una generación" (Stratfor, el subrayado es nuestro).

Esta es la perspectiva para el país que fue la fuerza motriz del capitalismo mundial, el más poderoso. La nación más exitosa y próspera de Asia se enfrenta a un futuro de "bancarrotas, desempleo y miseria" que duraría ¡toda una generación! Teniendo en cuenta la fuerza colosal del proletariado japonés, estamos ante una receta acabada para acontecimientos revolucionarios en Japón en el próximo período.

Están presionando mucho a Japón para que reflote su economía a toda costa. El motivo es que los norteamericanos son conscientes de que el conjunto de la economía mundial depende ahora exclusivamente de ellos, una situación insostenible. Les gustaría que Japón liberara una parte del lastre y absorbiera parte del exceso de productos que actualmente está anegando los mercados asiáticos. Pero es más fácil dar un consejo que llevarlo a la práctica. Durante los últimos años, Japón ha gastado aproximadamente un billón de dólares en el vano intento de estimular su economía. Prácticamente el único efecto que han tenido es endeudarse aún más. Esta situación no puede durar indefinidamente. La existencia de enormes deudas creará una barrera objetiva para una nueva expansión del gasto público y del crédito. En cualquier caso, las medidas tomadas ya han evidenciado su fracaso al no obtener los resultados esperados. El destino de Japón debería ser un sombrío aviso para aquellos reformistas de izquierda que creen posible encontrar una salida a la crisis capitalista regresando a las desacreditadas teorías del keynesianismo.

A pesar de la inyección de ingentes cantidades de dinero público, la economía japonesa aún está en una situación muy frágil. En los primeros siete meses de 1999 —a pesar de que los tipos de interés nominales en Japón están próximos a cero—, los préstamos bancarios han caído un 6’5%. La razón para esta aparente paradoja es muy simple: los bancos y empresas japoneses se encuentran ya muy endeudados, ¿para qué pedir prestado más dinero en esta situación? Es más, si las empresas japonesas invierten nuevas sumas de dinero en expandir la capacidad productiva, ¿dónde venderán sus mercancías? El 40% de las exportaciones japonesas se destinan a Asia, un mercado hundido. Sin una recuperación seria a la vista, no tiene sentido pedir a los capitalistas japoneses que incrementen la producción.

Algunos economistas esperan que las ingentes sumas de inversión pública ayudarán a Japón a salir de la recesión. Dicen que la economía japonesa este año ha registrado algo de crecimiento. Pero estamos hablando de una cifra de sólo un 1’5% en una economía que en el pasado experimentaba tasas de crecimiento del 10% o más. Es una cifra miserable. En términos relativos, el 1’5% de crecimiento significa que el PIB japonés es más bajo que en 1997. La recuperación actual es débil y no presagia un nuevo auge; se trata de una recuperación temporal —que puede durar unos meses— previa a otra nueva caída.

Amén de su carácter temporal, este crecimiento tiene una base completamente artificial: el gasto y el endeudamiento públicos. Esta situación no puede continuar indefinidamente. Existen razones objetivas para que Japón no pueda resolver fácilmente sus dificultades económicas. La reducida tasa de retorno del capital y el colapso de su principal mercado —Asia— convierten en poco probable una recuperación seria de la economía japonesa en un futuro próximo. Al contrario, lo más probable es que se contraiga no sólo en términos relativos, sino también en términos reales. El cuadro general es de una espiral descendente, aunque sin seguir una línea recta. Dentro del cuadro general descendente, se pueden producir recuperaciones temporales como la actual. Esto es bastante normal e inherente a la naturaleza de los ciclos capitalistas. En sí misma una mala situación económica puede ofrecer oportunidades de compra-venta para los consumidores y los empresarios, debido a que la contracción de la demanda origina una caída de los precios.

"La realidad es que la demanda espera nuevos declives, una vez llega a un punto bajo, se crean rebrotes temporales en la actividad económica. Estos rebrotes no pueden sostenerse porque aumentan la utilización de las empresas ya extremadamente ineficaces. Esto reduce la tasa agregada de retorno del capital, frenando la demanda efectiva. La tendencia principal se reanuda".

"Más sencillo: en Japón existe demanda real pero ésta espera hasta que los precios alcancen su punto más bajo. Japón se está convirtiendo en una economía donde las actividades carroñeras constituyen el motor principal del crecimiento. Cuando el carroñero se encuentra satisfecho, la economía regresa a su tendencia principal: la contracción. Eso es lo que está ocurriendo ahora en Japón. El rebrote cíclico se supera y la tendencia principal hacia la contracción se reanuda. No existe una perspectiva inmediata para un cambio en esta situación" (Stratfor).

¿Existe salida para este impasse? Stratfor sopesa las opciones que tiene el capitalismo japonés y llega a conclusiones interesantes:

"Si la depresión es una opción inaceptable, entonces Japón se encuentra sin una política viable. Debe mantener los tipos de interés cercanos al cero. Si sube los tipos, necesario para inducir la formación de capital y la inversión extranjera, desencadenaría una oleada de bancarrotas mientras aumenta el valor del yen. De esta manera, reduciría las exportaciones, reduciendo el flujo de dinero efectivo y desestabilizando la industria bancaria una vez más. Si mantiene los tipos de interés bajos, entonces desalentaría la formación de capital y estimularía las ineficacias en la economía".

Es bastante divertido seguir los vaivenes y giros de los economistas burgueses en esta situación. La amenaza de una profunda recesión a escala mundial les ha llevado a realizar todo tipo de acrobacias y saltos mortales, abandonando las posturas que ayer defendían apasionadamente, a favor de otras nuevas. Paul Krugman, un destacado economista, exige a los japoneses expandir su economía mediante la impresión de papel moneda. "Japón necesita una política monetaria irresponsable". Como "el joven que desafía el vuelo del trapecio". Estos "expertos" vuelan por el aire con gran facilidad, en un esfuerzo frenético de encontrar una salida al impasse. En la antigüedad, la Iglesia Católica Romana solía decir que "todos los caminos conducen a Roma". Ahora los economistas burgueses podrían sacar la conclusión de que todos los caminos conducen a la ruina.

No se puede descartar que el colapso económico pueda iniciarse en Japón y no en EEUU. Concretamente con un colapso del sistema bancario, que sacudiría el mundo hasta sus cimientos.

 

EEUU: la clave de la economía mundial

La clave de la economía mundial sigue siendo EEUU. Ahora mismo, el resto del mundo depende totalmente del gigante trasatlántico. El boom en este país ha durado un período récord de ocho años y, desafiando todas las predicciones, parece que continúa. En la actualidad se vive un importante boom del consumo, pleno empleo y un auge del mercado de valores. Estos son precisamente el tipo de síntomas que se ven en el punto álgido de un boom. ¿Invalida todo esto el análisis marxista?

En todos los booms de la historia se crea la ilusión de haber descubierto la fórmula mágica que pondrá fin a los ciclos de boom/recesión para siempre, fenómeno que se observa una vez más en los defensores de la llamada nueva economía. Aseguran que el actual ciclo económico tiene un carácter totalmente diferente a los del pasado. Fenómenos como la globalización y la tecnología de la información habrían transformado la economía de tal forma que las recesiones serían cosa del pasado. La combinación de un alto crecimiento, debido a la elevada productividad, con una inflación baja, elevados beneficios, casi pleno empleo y un boom bursátil, proporcionará —afirman— la receta mágica que creará un ciclo virtuoso de crecimiento sin fin.

Es verdad que el actual ciclo es muy largo para los niveles de la posguerra, pero hay que tener claro que históricamente el ciclo capitalista siempre ha sido elástico. En tiempos de Marx duraba aproximadamente diez años, así que en primer lugar no es verdad que el boom actual no tenga precedentes históricos. En segundo lugar, referirse a ocho años de expansión es algo engañoso, porque el boom actual tuvo unos comienzos muy pobres. Al principio, como apuntamos en su momento, en EEUU no había casi inversión productiva, ésta sólo repuntó significativamente durante los últimos cuatro o cinco años (fundamentalmente desde 1995), y se limitó fundamentalmente a un sector del proceso productivo, la tecnología de la información (TI). Se ha hablado mucho de esta tecnología. Es verdad que a largo plazo tiene unas connotaciones muy importantes, sobre todo para la planificación de una futura economía socialista. Pero hasta el momento no hay motivos especiales para atribuirle cualidades cuasi milagrosas o revolucionarias.

En cada ciclo siempre hay inventos que dotan a la economía de nuevos campos de inversión. Ya en las páginas del Manifiesto Comunista, Marx y Engels explicaron que el sistema capitalista sólo puede existir revolucionando constantemente los medios de producción. Este ciclo no se salta la regla, pero la excesiva importancia que se da a la tecnología de la información merece someterla a un examen detallado. No se puede sostener seriamente que el impacto de esta tecnología sea más revolucionario que el de la máquina de vapor en la revolución industrial, el de los ferrocarriles a finales del siglo XIX o el de otros inventos, como el barco de vapor, el telégrafo, el teléfono, la radio, la electricidad, el motor de combustión interna, la producción en cadena, la electrónica, la química, los plásticos, los aviones, la televisión y muchos otros. El impacto de prácticamente todos estos inventos fue mucho mayor que el de la tecnología de la información. La realidad es que, a pesar de todas las propiedades que se le atribuyen, no hay una prueba real que demuestre que haya tenido un gran efecto en el conjunto de la economía norteamericana.

En términos cuantitativos la cantidad de dinero invertido en la tecnología de la información no se puede comparar con lo que se invirtió en los ferrocarriles en EEUU en las últimas décadas del siglo XIX. Tampoco se puede comparar el papel desempeñado como fuerza motora de la economía norteamericana. Miremos las cifras. La inversión empresarial ha aumentado considerablemente en EEUU en los últimos seis años, del 13% del PIB al 18%, pero ha estado confinada a una franja muy estrecha de la economía norteamericana, es decir, a la tecnología de la información, o para ser más exactos, a la fabricación de ordenadores. Para poner las cosas en su contexto, este sector no supone más del 1% de la producción manufacturera norteamericana.

No hay duda del enorme potencial de la nueva tecnología. Con ella sería más fácil planificar la producción, reduciría los inventarios, reduciría los plazos de entrega, la naturaleza de la distribución sufriría una transformación, se producirían todo tipo de innovaciones en la producción y haría más fácil para todos el acceso a la información. Esto tiene profundas implicaciones para el futuro de la sociedad, y no sólo en el terreno de la producción. Pero aquí nos limitaremos al uso actual de la TI dentro de los estrechos confines de la economía de mercado, regida por el afán de lucro. En principio la nueva tecnología aumenta la flexibilidad de los bienes de capital y hace más productiva la inversión de capital, lo que estimula más la inversión y la sustitución de trabajo (escaso, caro) por capital. Sin embargo en la vida real las cosas no son tan sencillas. Henry Ford dijo una vez: "No estoy en los negocios para hacer coches, sino dinero". El objetivo de los propietarios de la industria moderna no es diferente. Como explica Marx, los primeros capitalistas que entran en un nuevo campo de inversión consiguen enormes beneficios. Bill Gates, ahora el hombre más rico del planeta, es un buen ejemplo de esto. Pero con la entrada de más capitalistas, se desencadena una lucha encarnizada por los beneficios y muy pronto la media de los beneficios obtenidos se equilibra. Esta es la etapa en la que se encuentra hoy EEUU, donde los fabulosos beneficios conseguidos al principio en la TI han dado paso al estancamiento e incluso al declive.

Marx explicó la ley fundamental de la economía capitalista: los beneficios del capitalista son el trabajo no remunerado de la clase obrera. Por esta misma razón, la sustitución de trabajo humano por maquinaria (aunque es progresista y necesario) con el tiempo hace surgir una contradicción, ya que el capitalista no puede obtener ni una peseta de plusvalía de la maquinaria. Sólo el trabajo humano tiene la propiedad de producir un nuevo valor. Por esta razón, la introducción de maquinaria y el consiguiente ahorro de fuerza de trabajo —que lógicamente en una sociedad socialista conllevaría una reducción de la jornada laboral, condición previa para la genuina emancipación de los seres humanos de la esclavitud del trabajo asalariado—, en la práctica, siempre conduce a un incremento de la explotación y específicamente a un aumento de las horas trabajadas (plusvalía absoluta) o de la intensidad del trabajo (plusvalía relativa), o a ambas.

Es verdad que la nueva tecnología ha producido un notable aumento de la productividad en el sector en cuestión. ¡Difícilmente podría ser de otra manera! El principal objetivo de toda nueva tecnología es aumentar la productividad, ahorrando tiempos. Si no fuera así, no se invertiría en ella. En la década pasada, el valor añadido por trabajador en el sector de la tecnología de la información creció una media anual del 10’4%: un aumento ciertamente considerable. Pero lo que aún está por demostrar es que haya tenido el efecto de estimular la productividad del conjunto de la economía norteamericana. Las estadísticas muestran la tendencia contraria: si se considera la economía norteamericana en su conjunto, durante el último período no hubo una mejora de la productividad. En los años 90, la inversión en ordenadores en EEUU aumentó catorce veces, y es difícil un nuevo aumento de la inversión. El boom en la TI ha sido la excepción, no la regla. Este hecho revela por sí solo hasta qué punto el crecimiento de EEUU depende de un solo sector, situándolo en la siguiente disyuntiva: o se mantiene o se hunde con él.

Robert Gordon, profesor de economía de la Universidad de Northwes-tern, dice lo siguiente:

"El rendimiento de la productividad en el sector manufacturero de EEUU desde 1995 más que admirable ha resultado pésimo. Si comparamos el período 1995-99 con 1972-92, no sólo se ha desacelerado el crecimiento de la productividad en la manufactura no duradera, sino que el crecimiento de la productividad en la manufactura duradera, aparte de los ordenadores, se ha desacelerado aún más" (The Econo-mist, 24/9/99).

Los defensores de la nueva economía dicen que los logros de la productividad representan una "tendencia regular" en la economía norteamericana. De hecho, parece que el crecimiento de la productividad ahora ha alcanzado sus límites. Esto se puede comprobar en las cifras más recientes. Después de un gran aumento durante el primer trimestre de 1999 (3,6 %), en el segundo trimestre se redujo a un escaso 0,6%, lo que demuestra lo trivial que resulta afirmar que la productividad podría aumentar indefinidamente. La realidad es que esta afirmación carece de cualquier base empírica.

En cada boom vemos el mismo entusiasmo irracional en aquellos que van a la caza del beneficio, que para la mayoría de la sociedad no pasa de una mera ilusión. En un momento determinado, la sobreinversión conduce a la sobreproducción. Como explica Marx:

"La razón última de las crisis siempre subyace en la pobreza y en el consumo restringido de las masas, que se opone a la tendencia de la producción capitalista de desarrollar las fuerzas productivas como si su límite fuera el poder de consumo absoluto de la sociedad" (El Capital, vol. 3).

Asia, ya alcanzada esta etapa, está afligida por la sobreproducción general de mercancías, lo que a su vez conduce a una caída general de los precios, y no sólo en Asia. El colapso del mercado asiático y la oleada de mercancías baratas que inunda los mercados mundiales (en particular EEUU) presiona aún más sobre los precios estadounidenses, donde el mercado cada vez está más atestado. Precisamente en este momento del ciclo es cuando comienzan a manifestarse las contradicciones del sistema de producción capitalista. La nueva tecnología no puede eliminar esas contradicciones.

 

Los límites de la acumulación capitalista

A pesar de parecer lo contrario, las antiguas leyes ineludibles siguen manifestándose con firmeza en los cimientos del sistema. Según se acumula el capital, aumenta la proporción de capital constante frente al variable. Este aumento se debe a un cambio en la composición del capital. En términos absolutos, el capital variable podría aumentar (empleando más trabajadores), pero la proporción de trabajo vivo con relación al capital constante se reduciría. El incremento de la productividad del trabajo va acompañado por un declive de la parte del capital variable (salarios) y, aunque los salarios nominales y reales pueden subir, la tasa de explotación se incrementa.

La frenética carrera por la caza del beneficio inevitablemente conduce a la sobreproducción. Ésta aparece siempre en la cima del boom, precediendo al colapso. Las empresas tratan de deshacerse de sus existencias sin vender. Se produce un combate frenético para reducir los precios, mediante el descuento e incluso vendiendo a precios inferiores al coste de producción (dumping). Al mismo tiempo, la competencia hace que la producción siga expandiéndose, lo que agrava aún más el problema de la sobreproducción. Este es el caso particular de la nueva tecnología, que depende de la rápida producción de nuevos modelos, ordenadores más modernos, etc. Pero en una situación en la que muchas familias ya poseen un ordenador, este proceso con el tiempo alcanza un límite. Los beneficios obtenidos por la modernización de los ordenadores ya existentes no justifican los elevados costes de investigación y desarrollo, las nuevas fábricas, etc.

Ya hay síntomas de que nos estamos aproximando a esta fase del ciclo. En EEUU hay una infrautilización de la capacidad productiva. No se pueden subir los precios, por los enormes stocks de productos baratos en Asia y la competencia entre los propios productores norteamericanos. Por otro lado, con casi pleno empleo e incluso escasez de mano de obra en algunos sectores, los salarios tienden a aumentar. En los últimos meses, el precio del petróleo y otras materias primas ha comenzado a recuperarse. Por añadidura, la fortaleza del dólar, que ayudó en su momento a mantener los precios bajos, ha comenzado a vacilar. Los márgenes de beneficio están en constante ataque. En este contexto, la posible subida de los tipos de interés amenaza con asestar el golpe de gracia que pinchará el boom y llevará a un hundimiento de la inversión.

Lejos de favorecer, la tecnología y las técnicas de producción nuevas podrían agravar el problema de la sobreproducción. Los grandes productores de ordenadores confían profundamente en una rápida facturación. Como cada productor está ocupado en una lucha feroz por la cuota de mercado, constantemente están expandiendo la oferta potencial, un proceso que a la larga producirá superabundancia de ordenadores en el mercado y una caída de precios. En la práctica ya se puede ver este proceso, que en un momento dado se expresará en una caída de los beneficios. Por otro lado, los nuevos métodos de producción, como el just in time, que intentan igualar la producción y las ventas a través del control de inventarios, han fracasado. En teoría, este método evita la formación de stocks que más tarde conducen a reducir la producción. En la práctica no funciona. Generalmente el nivel de stocks que una empresa mantiene es muy bajo, pero es un factor muy volátil. Los vaivenes en la formación de stocks fueron uno de los principales factores de la recesión de 1990-92 tanto en Gran Bretaña como en EEUU (donde supusieron tres quintas partes de la caída del PIB). En una economía socialista planificada sería posible asegurar el equilibrio entre la oferta y la demanda, evitando así el despilfarro y las destructivas crisis de sobreproducción. Bajo la anárquica producción capitalista, estas crisis son una condición necesaria e inevitable de su existencia, a pesar de la nueva economía.

 

La tasa de beneficios

Por más que los teóricos de la nueva economía insistan en lo contrario, no hay nada milagroso ni especial en la tecnología de la información. Por supuesto que es un avance maravilloso para el conocimiento y la técnica humana, plagado de enormes posibilidades para una futura economía socialista planificada mundial. Pero para el sistema capitalista es sólo un campo más de inversión con el que acumular riqueza con mayor rapidez. De hecho, algunos se han hecho de oro. Como siempre, los primeros capitalistas que entran en un nuevo sector de inversión pueden conseguir enormes beneficios por encima de la tasa media, al menos por un tiempo. Pero después llegan los demás; todos acumulan, invierten, construyen nuevas plantas, producen y venden, hasta que los precios comienzan a caer y la tasa media de beneficios baja a un nivel más normal.

Los beneficios de los capitalistas sólo pueden venir del trabajo no pagado a los trabajadores. El aumento de la composición orgánica de capital conduce inevitablemente a la caída de la tasa de beneficios. Esta tendencia también la observan muchos economistas burgueses, pero son incapaces de explicarla. Marx fue el único que proporcionó una explicación científica de este fenómeno, aunque también explicó que esta ley no era absoluta, sino sólo una tendencia que se manifestaba a largo plazo. Podrían darse períodos enteros en los que no se observara esta tendencia, por la existencia de factores que la contrarrestasen. Además, los capitalistas pueden soportar una caída de la tasa de beneficios siempre y cuando se mantenga el volumen de los mismos. Pero en un momento dado también el volumen comienza a caer, y en este punto es donde se produce una caída de la inversión y empieza una recesión.

La cuestión por lo tanto no es por qué el capitalismo sufre crisis, sino por qué el sistema capitalista no está siempre en crisis. Toda la historia del capitalismo es la historia de sus intentos por superar sus contradicciones fundamentales. Como explicó Marx, el capitalismo es capaz de resolver sus contradicciones a corto plazo "pero sólo a costa de reproducirlas más tarde a una escala mayor y más explosiva". Este comentario es muy significativo en la situación actual del capitalismo mundial.

En el tercer volumen de El Capital, Marx analiza detenidamente las distintas medidas con las que los capitalistas contrarrestan la tendencia a la caída de la tasa de beneficios: a) abaratando las mercancías, b) aumentando la explotación de la fuerza de trabajo (a través de las plusvalías absoluta y relativa), c) incrementando el volumen de negocios, d) mediante el comercio mundial (en especial con los países coloniales). Todos estos factores han estado presentes en el actual boom. Las nuevas tecnologías han abaratado los elementos de producción (por ejemplo, los ordenadores); los ritmos de producción se han acelerado con una implacable presión sobre los trabajadores; la jornada laboral se ha prolongado casi sin límite, a lo que ayudan las nuevas tecnologías: teléfonos móviles, busca-personas, ordenadores portátiles, etc. permiten al jefe esclavizar totalmente a los trabajadores (incluidos los de cuello blanco) y mantenerlos a disposición de la empresa 24 horas al día; el volumen de negocios ha aumentado; la explotación del mercado mundial ("globalización") permite un enorme aumento en la producción y las ventas; el comercio con los países subdesarrollados permite a los países capitalistas avanzados intercambiar menos trabajo por más.

 

El abaratamiento de los medios de producción

Consideremos primero el abaratamiento de los medios de producción, que está relacionado con la productividad del trabajo. Un número relativamente pequeño de trabajadores produce una cantidad mayor de mercancías. Esto es válido incluso cuando el número de trabajadores aumenta en términos absolutos. Tomemos un ejemplo concreto. NAISTAR, en Indiana, una de las diez principales empresas manufactureras de EEUU, fabrica motores. Desde 1995 invirtió 285 millones de dólares en nuevo equipamiento, basado en ordenadores, para una de sus plantas. Los resultados fueron los siguientes: en 1994, 900 trabajadores fabricaban 175 motores al día. En 1999, 1.900 trabajadores fabricaban 1.400 motores al día. Es decir, la fuerza laboral se dobló, pero la producción se multiplicó por ocho.

El aumento de la productividad se consiguió en parte —y sólo en parte— con el uso de la nueva tecnología. La maquinaria se desgasta con el uso (o desuso), pero también se produce el fenómeno que Marx denominó depreciación moral, es decir, obsolescencia. En condiciones modernas, la maquinaria se vuelve obsoleta incluso más rápidamente que en el pasado. Dadas las ingentes cantidades de dinero invertidas, los capitalistas deben asegurarse de que las máquinas serán amortizadas totalmente, para así recuperar su inversión y conseguir beneficios. Las fórmulas para ello no han variado sustancialmente desde los días de Carlos Marx: la extensión de la jornada laboral y una presión despiadada sobre los trabajadores para que trabajen más duro, para tensar cada nervio y músculo. De esta forma pueden conseguir beneficios, al menos inicialmente.

La esencia de la productividad es economizar el tiempo de trabajo —conseguir una reducción del tiempo necesario para producir una mercancía—. Pero el aumento de la productividad conduce a nuevas contradicciones. Marx explica lo siguiente:

"La productividad de la maquinaria es inversamente proporcional al valor transferido por ella al producto. Cuanto más larga es la vida de la máquina, mayor la masa de productos a los que se transmitirá el valor desplegado por la máquina, y menor la proporción del valor añadido a cada mercancía individual" (El Capital, vol. 1).

El nuevo valor no lo puede añadir la maquinaria (capital constante), sino el trabajo de la clase obrera (capital variable). La nueva maquinaria abarata el precio de las mercancías porque reduce el trabajo vivo. Si la productividad aumenta, es decir, si se necesita una cantidad menor de trabajo para producir una mercancía individual, ésta también incluirá una cantidad menor de valor. Por tanto, su precio disminuirá. Este fenómeno se puede observar en cada ciclo capitalista, y el actual no es una excepción. A propósito, el abaratamiento del precio de las mercancías también tiene el efecto de controlar los salarios, ya que el trabajador necesita para reproducirse un salario menor.

La continua caída del precio de los circuitos integrados, por poner un ejemplo, ha hecho que los teléfonos móviles pasen de 1.000 a 350 dólares en los últimos cuatro años. Se pueden citar más ejemplos similares. The Financial Times (1/9/99) decía: "En 1996 y 1997, los últimos años de los que se disponen datos, los precios de las industrias productoras de TI cayeron una media del 0’7%, por debajo de la inflación en EEUU, contribuyendo a la notable capacidad de la economía norteamericana para controlar la inflación en un período histórico de bajo desempleo". Esto tiene importantes implicaciones para la economía en su conjunto. Para los trabajadores, como consumidores, significa que toda una serie de mercancías que con anterioridad eran inaccesibles, debido a sus elevados precios, ahora se han convertido en asequibles y comunes. Esto beneficia a los capitalistas en dos sentidos. En primer lugar, se amplía considerablemente el mercado para sus productos. En segundo lugar, el abaratamiento de las mercancías también contribuye al abaratamiento de la más preciosa de todas ellas: la fuerza laboral. Los salarios reales aumentan hasta el nivel que caen los precios, creándose la ilusión de que los trabajadores están mejor de lo que en realidad están. Todo esto a su vez tiende a contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa de beneficios.

Al mismo tiempo, los capitalistas estimulan sus márgenes de beneficio a través del aumento de las plusvalías absoluta y relativa. Uno de las contradicciones más notorias en el período actual es que la aplicación de nueva tecnología, que debería significar la reducción del tiempo de trabajo, ha supuesto precisamente lo contrario. Un científico expresaba recientemente este fenómeno en términos gráficos: "No ha existido otro momento en la historia en que se pueda ahorrar tantos recursos, aunque no sea el caso". Los trabajadores trabajan hasta la muerte, no sólo en las fábricas sino también en las oficinas, hospitales y aulas. Se ha eliminado todo el atractivo que podía tener el trabajo y en todas partes se está transformando en un acto monótono. Bajo el capitalismo, en palabras de Marx, la introducción de nueva tecnología se convierte en una receta para la "prolongación de la jornada laboral más allá de los límites establecidos por la naturaleza humana". Durante el último período, en todos los países capitalistas, especialmente Estados Unidos, se ha prolongado la jornada laboral a través de horas extras obligatorias, trabajo en fines de semana, eliminación de pausas y reducción de las vacaciones. El resultado es un colosal aumento del trabajo extenuante, el estrés y la agonía del trabajo duro. Allí donde el trabajo —al menos para algunos— era con frecuencia placentero, un medio para que hombre y mujeres realizaran su potencial como seres humanos —aunque hasta cierto límite—, se ha transformado en una pesadilla. La obsesión con la productividad se ha instalado no sólo en las cadenas de producción, sino también en hospitales, aulas, etc.

Desde el punto de vista capitalista, todo esto son buenas noticias, ya que el abaratamiento de los medios de producción es uno de los mecanismos principales para mantener o incrementar la tasa de beneficios. Pero también tiene una cara opuesta. Como los beneficios de la clase capitalista son el trabajo no remunerado de la clase obrera, la sustitución sistemática de trabajo vivo por maquinaria conduce inevitablemente a una pérdida de plusvalía:

"Por mucho que el uso de maquinaria pueda incrementar la plusvalía del trabajo elevando la productividad del trabajo, es evidente que consiguen este resultado sólo disminuyendo el número de trabajadores empleados para una cantidad dada de capital. Eso transforma lo que era anteriormente capital variable —mano de obra— en maquinaria —capital constante—, factor que no produce plusvalía. Es imposible, por ejemplo, extraer la misma plusvalía de dos que de veinticuatro trabajadores. Si cada uno de estos veinticuatro hombres produjera sólo una hora de plusvalía, darían juntos veinticuatro horas de plusvalía, mientras que veinticuatro horas es el trabajo total de dos hombres. Por lo tanto, la aplicación de la maquinaria a la generación de plusvalía implica una contradicción inherente en ella, ya que la tasa de plusvalía, no puede incrementarse excepto a costa de la disminución del otro factor, el número de trabajadores. Esta contradicción sale a la luz tan pronto como se generaliza el uso de maquinaria en una industria determinada; el valor de la mercancía producida por la máquina regula el valor de todas las mercancías del mismo tipo, y es esta contradicción la que a su vez lleva al capitalista, sin ser consciente de ello, a una excesiva prolongación de la jornada laboral, para que pueda compensar el descenso en el número relativo de trabajadores explotados, a través del aumento no sólo de la plusvalía relativa, sino también de la absoluta" (El Capital, Marx, vol. 1).

¡Qué bien explicados están estos hechos que todo trabajador conoce! El actual boom se ha conseguido a expensas de los nervios y músculos de la clase obrera. The Economist (25/9/99) explica el tema con mucha claridad: "Si las empresas llegan a su tope debido a la inesperada e imprevista fortaleza de la economía norteamericana, una salida para mantener paralelo el ritmo de producción a la demanda (en especial en un mercado laboral apretado) sería hacer trabajar más duro a los trabajadores existentes" (el subrayado es nuestro).

Todas las habladurías sobre la supuesta "explosión de la productividad" al final se reducen a esto. Y también ha alcanzado sus límites, marcados por los límites físicos de los trabajadores.

La productividad se reduce, como siempre, a la vieja e inexorable presión sobre los trabajadores para que produzcan más en menor tiempo. Esto se puede ver por todas partes. El trabajo se ha convertido en una pesadilla, una agonía desprovista de todo placer o satisfacción humana. La ambición del capital por la plusvalía es insaciable. La introducción de nueva tecnología no significa reducir la explotación de la clase obrera, todo lo contrario: se convierte en un pretexto para explotarla todavía más. Pero la escasez de mano de obra en algunos sectores hace que no sea tan fácil seguir imponiendo nuevas cargas intolerables sobre los hombros de los trabajadores. Los capitalistas se van a encontrar con que no pueden seguir exprimiendo tanto a los trabajadores sin provocar un explosivo malestar.

 

Los precios de las mercancías y la revolución colonial

Otra vía para incrementar la tasa de beneficios es aumentando la explotación de los países coloniales. Su saqueo sistemático es una característica del capitalismo desde el siglo XVI. Pero hoy esta sobreexplotación ha alcanzado niveles sin precedentes. La independencia formal conseguida a través de las luchas heroicas de los pueblos de Asia, África y América Latina no significó el fin de la explotación y la opresión. Al contrario, bajo el capitalismo estos países están más esclavizados y son más dependientes del imperialismo hoy que hace cincuenta años. La única diferencia es que el antiguo dominio militar-burocrático directo se ha reemplazado por la dominación indirecta a través del mecanismo del mercado mundial y la deuda.

El dominio del comercio mundial por un número relativamente pequeño de grandes multinacionales dotadas de vastos recursos y respaldadas en última instancia por el poder armado de EEUU y otras potencias imperialistas significa que pueden presionar para la reducción del precio de las materias primas y otras exportaciones de los países del Tercer Mundo. Pero incluso sin esto, el intercambio de mercancías entre los países capitalistas subdesarrollados y los desarrollados es siempre desigual. Por utilizar una expresión de Marx, intercambian más trabajo por menos. Es un juego donde los países pobres nunca ganan. Están condenados a endeudarse cada vez más y después se ven obligados a pedir prestado, a intereses enormes, a sus explotadores, lo que los hunde todavía más en la miseria. Pero para los capitalistas el bajo precio de las materias primas sólo es otra forma de incrementar su tasa de beneficios.

Hasta cierto punto, los países ex coloniales pagaron el auge económico de la posguerra en los países capitalistas avanzados. Con la explotación de los países más pobres del planeta, los imperialistas amasaron enormes beneficios. El colapso del precio del petróleo y otras mercancías a principios de los años ochenta fue una de las razones del boom de aquella década y en gran medida de la subida del mercado de valores norteamericano. Hace tiempo, Marx explicó que la expansión del comercio mundial –en particular el comercio con los países coloniales– sirve para abaratar los medios de producción y así incrementar la tasa de beneficios. El descenso del precio de las mercancías disminuyó el coste de producción y el coste de la vida en los países industrializados, facilitando la formación de capital, pero fue a expensas de los pueblos más pobres del planeta. Gracias al mercado mundial y a los términos desiguales del comercio, los países capitalistas avanzados intercambiaron más trabajo por menos. Esto ha llevado directamente a la crisis de la deuda del Tercer Mundo, que somete a los pueblos coloniales a una nueva forma de saqueo en forma de elevados tipos de interés. La sangre, el sudor y las lágrimas de cientos de millones de hombres, mujeres y niños están acuñando el oro para ricos parásitos; la riqueza de las naciones se está agotando en un intento inútil y sin fin de hacer frente al servicio de la deuda. Ésta es una receta acabada para una nueva etapa explosiva en la revolución colonial en el próximo período. ¡Y todavía los apologistas del capital presentan esta situación como un boom!

El imperialismo USA es la mayor potencia militar y económica de la Historia, pero no puede utilizar todo su poder como quisiera. Motivada por el interés propio y el beneficio a corto plazo, ha utilizado sus músculos para obligar a todo el mundo a bailar a su ritmo. La demencial carrera iniciada bajo la bandera de la "liberalización" ha introducido un nuevo y explosivo elemento de inestabilidad en la economía mundial. Los grandes monopolios, con el entusiasta respaldo de los gobiernos occidentales, piden a los países del Tercer Mundo que eliminen sus aranceles, abran de par en par sus mercados y privaticen todas sus industrias. De esta forma, quedan a merced del imperialismo. Sus economías han sido saqueadas y su industria nacional, desmantelada. La verdadera cara de esta "liberalización" es el robo descarado y la total esclavitud de los pueblos. Es una amarga y cruel medicina que tendrá serias consecuencias más tarde. Pero, ¿por qué no disfrutar del carnaval de hacer dinero mientras dure?

"Los bajos precios de las mercancías, de las cuales el petróleo es la más importante", se puede leer en Stratfor, "impulsaban la economía norteamericana hacia arriba mientras amortiguaban el declive de Asia. Los precios bajos también han tenido el efecto contrario y han dañado de gravedad a los países exportadores de mercancías. Desde Venezuela hasta Arabia Saudí o Indonesia, el efecto del bajo precio del petróleo en las economías nacionales ha sido catastrófico desde el inicio de 1999".

La amenaza que suponía la caída de los precios de las mercancías conmocionó a los principales países productores de petróleo. Incluso antiguos rivales como Arabia Saudí y Venezuela llegaron a un acuerdo (al menos temporalmente) para restringir la producción de petróleo en un intento de estimular su precio. Esto pareció funcionar. En los primeros cinco meses de 1999 los precios del petróleo casi se duplicaron, en parte porque los países productores de petróleo han reducido la producción. En el pasado estos intentos siempre han fracasado porque al final cada Estado anteponía sus propios intereses. Estos países dependen de las exportaciones de petróleo para pagar sus deudas y mantener el funcionamiento de sus servicios básicos. Por lo tanto siempre acaban vendiendo en secreto más petróleo. No hay razón para pensar que esta vez sea diferente.

La auténtica razón para la recuperación (temporal) de los precios del petróleo es la esperanza de que la recuperación en Asia continuará y aumentará la demanda de petróleo. Además la inestabilidad en Asia Central ha hecho surgir dudas con relación a las primeras perspectivas, optimistas, para la producción de petróleo en esa región. Estas consideraciones entran en los cálculos de aquellos que controlan los movimientos especulativos en el mercado mundial de mercancías. Pero este capital puede huir de una determinada mercancía con la misma rapidez con que la busca. Por lo tanto es más que probable que al actual auge de los precios del petróleo le siga una nueva caída. Esto tendrá efectos de mucho mayor alcance en países como Irán, Venezuela, México, Indonesia, Arabia Saudí e incluso Rusia, todos están experimentando ya inestabilidad social y política relacionada con los profundos virajes en el precio del petróleo.

Al menos temporalmente, se ha invertido la tendencia descendente de los precios mundiales de las mercancías. Los precios del petróleo han subido abruptamente, así como los de otras mercancías (aunque los minerales no han seguido el ritmo del petróleo). Desde los diez dólares por barril, el precio del crudo del Mar del Norte ha subido a más de 18 dólares. Este es el precio más elevado del petróleo desde diciembre de 1997. Eso significa que los precios del petróleo han subido casi un 80% en cuatro meses. El efecto combinado de los recortes de la producción y la expectación de una recuperación económica asiática han sido las fuerzas principales que han hecho subir los precios. Teniendo en cuenta que la recuperación de Asia no será tan fuerte ni tan larga como se espera, al boom de los precios del petróleo le seguirá una nueva caída. El petróleo y las otras mercancías se verán golpeadas por una caída de la demanda. Por otro lado, es poco probable que los países productores del petróleo sean capaces de llegar a un acuerdo para mantener baja la producción cuando todos dependen de las exportaciones de crudo como principal o única fuente de ingresos.

La naturaleza de la economía capitalista es moverse en vaivenes cíclicos que tienen un carácter totalmente anárquico. Las mercancías se pueden vender por encima o por debajo de su valor, un fenómeno normal que se da por el juego de la oferta y la demanda. En la época moderna estos vaivenes son más convulsivos por la intervención de los grandes monopolios, que se dedican a actividades especulativas a escala gigantesca. El advenimiento de la globalización y la abolición de los controles sobre los movimientos de capital, que la burguesía ha seguido con entusiasmo en nombre de la "liberalización" durante los últimos diez o veinte años, han extendido aún más la turbulencia de estos fenómenos provocando que los shocks adquieran una escala global. La cadena de devaluaciones en Asia hace dos años fue una manifestación de esta locura, así como las violentas sacudidas en el precio del petróleo y otras mercancías. Respecto al futuro de los precios del petróleo Stratfor (6/7/99) avisa:

"Parte de la explicación [del aumento de los precios del petróleo] es cíclica. No hay duda de que el precio del petróleo, por debajo de 10 dólares el barril, era, en términos reales, el más bajo desde los años 30. Eso era poco razonable para la OPEP, Asia y Asia Central, esos precios eran demasiado bajos. Pero la cuestión importante es si el aumento de los precios representa un cambio fundamental en la geometría económica del globo. Es interesante para nosotros que el aumento de los precios ha estado confinado al terreno del petróleo, al menos en cuanto a su magnitud. Eso nos indica que a largo plazo el colapso en el precio de las mercancías, un factor dominante en la economía global durante una generación, no ha terminado todavía".

El representante principal del capital norteamericano, Alan Greenspan, y la Reserva Federal, todavía están preocupados por el rebrote de la inflación. Parece extraño porque la inflación en este ciclo ha alcanzado unos niveles muy bajos, lo que es uno de los principales argumentos utilizados por los adalides de la nueva economía para defender la opinión de que los días de booms y recesiones han pasado. Pero hay razones especiales para que EEUU haya mantenido una inflación baja y también para que no pueda durar mucho tiempo.

En general el fenómeno de la caída de los precios (deflación) a escala mundial está relacionado con la sobreproducción y la baja demanda. La crisis en Asia ha agravado esta tendencia y producido un golpe de efecto. Las importaciones baratas desde Asia han tenido como consecuencia el enfriamiento de los precios en EEUU, igual ha ocurrido, hasta hace poco, con la caída de los precios de las materias primas. El elevado tipo de cambio del dólar también ha tenido el efecto de una nueva reducción del precio de las importaciones. Pero ahora todo este fenómeno se está volviendo en su contrario. Los precios del petróleo están subiendo sensiblemente y otros precios de materias primas están más firmes; mientras, el dólar está comenzando a bajar, en especial frente al yen. Todos estos factores tomados en conjunto provocan un encarecimiento de los costes de producción de las empresas norteamericanas. Esto significa que la Reserva Federal se sentirá tentada a subir los tipos de interés. Esto tiene implicaciones serias para la Bolsa y la economía norteamericana en general.

 

‘Lo pequeño es bello’

Se ha cultivado con frecuencia el mito de que el sistema capitalista se basa en el espíritu empresarial de una multitud de pequeños negocios. Con relación a esto se cita específicamente el desarrollo de la tecnología de la información. Es verdad que muchos de los avances más innovadores en el campo tecnológico proceden de pequeños negocios o incluso de individuos con ideas brillantes. Pero esto no es nada nuevo. En el pasado también se pudo ver un fenómeno similar. Los genios individuales como Edison, Marconi o Stevenson desarrollaron nuevas técnicas. Pero tan pronto como la nueva tecnología entra en el reino del mercado, siempre son necesarias grandes sumas de capital para su desarrollo y comercialización. La nueva tecnología sólo puede ser adquirida por los grandes capitalistas. Así que la heroica época de los pequeños negocios y los solitarios genios innovadores pronto da paso al dominio de los monopolios, que es el resultado inevitable de la competencia entre los pequeños productores.

Como toda nueva tecnología, la TI es cara, implica una enorme disposición de capital, en particular en sus etapas iniciales. De esta forma una nueva fábrica de tecnología punta en EEUU supone el gasto de mil o dos mil millones de dólares y se vuelve obsoleta en cuatro o cinco años. Es evidente que estas grandes sumas de capitales sólo están disponibles para los grandes monopolios y aquellas personas como Bill Gates. De esta forma cuando se dice que lo pequeño es bello se está haciendo pura demagogia. Más que en cualquier otro período de la historia la actual es la época de los monopolios.

En las primeras etapas los pequeños capitalistas pueden conseguir dinero (el inventor genial con su negocio en un garaje) pero rápidamente se vuelve inviable. Los pequeños negocios son desplazados por las grandes empresas que disponen de las sumas de dinero necesarias de capital para poder impulsar el proceso de acumulación. Aquellos capitalistas que poseen una mayor acumulación de capital, acumulan más beneficios que los pequeños, aunque los últimos pueden disfrutar de una tasa de beneficios más elevada. Los grandes capitales siempre desplazan a los pequeños. Como explica Marx:

"En la competencia, el aumento del capital necesario para lograr con éxito crear una industria independiente siguiendo el aumento de la productividad asume el siguiente aspecto. Tan pronto como universalmente se ha establecido el nuevo y más caro equipamiento, los capitales más pequeños son excluidos de estas empresas. Los capitales más pequeños podrán llevar una actividad independiente sólo durante la etapa incipiente de invenciones mecánicas" (El Capital, vol. 3).

Durante este período se ha visto un aumento masivo de la concentración de capital, es decir, un aumento masivo de la riqueza y el poder de una pequeña minoría en un extremo y en el otro un aumento superior de la pobreza, la miseria, la degradación y la enfermedad. Esta tendencia ya prevista por Marx, negada constantemente por los sociólogos burgueses durante décadas, es ahora un hecho innegable. Sólo en la primera mitad de 1998, las absorciones empresariales en EEUU implicaron la astronómica cantidad de 949.000 millones de dólares. No menos del 20% de toda la actividad económica. En la primera mitad de 1999 hubo implicada una cantidad adicional de 570.000 millones de dólares en las fusiones. Esto no se limita a EEUU. En el mismo período, las fusiones en la UE alcanzaron los 346.000 millones de dólares. Y esta tendencia no muestra signos de reducirse. El proceso de fusiones en todo el mundo en los tres primeros trimestres de 1999 supuso el 16% más que en el mismo período del año anterior, alcanzando un nuevo récord de 2,2 billones de dólares, de acuerdo con Thompson Financial Securities. En el último trimestre la mayoría de estas fusiones se hicieron en Europa.

Este proceso de concentración de capital también representa una concentración colosal de riqueza y poder en pocas manos, con el correspondiente aumento de la desigualdad social. En 1992 había sólo doce multimillonarios (en dólares) en EEUU. En 1998 eran 170. Ahora hay más de 200. Bill Gates tiene un ingreso personal anual que excede al de 120 millones de norteamericanos juntos. Esta fabulosa riqueza está acuñada con la explotación de la clase obrera. La parte del ingreso ganada por el 20% más rico de los norteamericanos creció del 48,9% en 1992 al 49,2% en 1998. Sin embargo durante 25 años los niveles de vida de los trabajadores norteamericanos no subieron en absoluto y los sectores más pobres vieron cómo su nivel de vida se reducía. A pesar de que los salarios reales han comenzado a subir, la parte de la clase obrera en la riqueza total generada continúa descendiendo, como demuestran las cifras anteriores.

Las colosales sumas de dinero que alcanzan las absorciones no representan inversión productiva. Esta actividad no desarrolla las fuerzas productivas. Todo lo contrario, el resultado final de estas fusiones es invariablemente el mismo: cierres, despidos, disminución de la producción, es decir, la destrucción sistemática de las fuerzas productivas. Ocurre como con la cama de Procustro, donde al desafortunado invitado se le cortaban los brazos y las piernas para ajustarlo a su medida. Igualmente a las fuerzas productivas se le han quedado pequeños los límites del Estado nacional y la propiedad privada, que tienen un tamaño excesivamente reducido. El diezmo sistemático de las fuerzas productivas durante las últimas dos décadas simplemente refleja la rebelión de las fuerzas productivas frente a la camisa de fuerza que representa el sistema de beneficios. La naturaleza cada vez más parasitaria del capitalismo moderno se revela gráficamente en el dominio del capital financiero.

 

El dominio del capital financiero

En la última década el poder de los bancos y los monopolios ha alcanzado niveles históricos. La mejor expresión de este fenómeno se puede ver en el aumento sin precedentes del poder de los bancos centrales en los últimos veinte años. La vieja idea de los reformistas y keynesianos de arreglar el capitalismo se sostenía en la idea de que los gobiernos pueden manipular la economía utilizando instrumentos como los tipos de interés. Ahora todo esto ha cambiado. Los bancos centrales exigen total independencia para controlar los tipos de interés. En Gran Bretaña, el gobierno de Blair cedió inmediatamente al Banco de Inglaterra el control de los tipos de interés. Igualmente los gobiernos de la Unión Europea han cedido gran parte de la política económica a los directivos no electos del Banco Central Europeo (BCE). Esto era algo impensable hace quince años. Nunca antes en la historia los bancos han tenido tanto poder. Esto representa un abandono total de la vieja política keynesiana, lo que añadirá una dimensión nueva y más convulsiva a la crisis del capitalismo.

En el pasado, cuando todas las monedas estaban sujetas al patrón oro —medida que obligaba a una disciplina financiera—, no era posible jugar con los tipos de cambio. Todas las monedas tenían que estar respaldadas por el equivalente universal, el oro. Esto proporcionaba un patrón objetivo y evitaba los peligros de tensiones inflacionistas por la subida de la oferta monetaria. Después de la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo el vínculo con el oro, aunque indirectamente a través del patrón de cambio del dólar. El dólar se aceptó como el medio universal de cambio. Esto reflejaba la correlación real de fuerzas que emergió entre las potencias capitalistas después de la guerra. El imperialismo norteamericano emergió de la guerra con su base productiva intacta y dos tercios de la oferta mundial de oro en las cajas fuertes de Fort Knox. De esta forma el dólar literalmente era tan bueno como el oro aceptándose como tal en los demás países. El abundante flujo de dólares canalizado por el Plan Marshall y otras vías fue utilizado como un lubricante del comercio mundial y jugó un papel importante en el auge de 1948-74.

Sin embargo, la política del keynesianismo ("dirigir el capitalismo"), la financiación del déficit, las guerras de Vietnam y Corea, y otras medidas equivocadas, hicieron surgir una orgía de inflación. Antes de la guerra existía poca o ninguna inflación, como ocurría en los tiempos de Marx. En realidad los precios en Gran Bretaña en 1932 tenían el mismo nivel que en 1666. Desde entonces los precios se multiplicaron en Gran Bretaña por cuatro mil veces su nivel, y en EEUU por más de mil. A principios de los años setenta todos los países capitalistas avanzados se enfrentaban a la perspectiva de una hiperinflación tipo América Latina. El keynesianismo —como el crédito en general— llevó al sistema capitalista más allá de sus límites normales, pero sólo a cambio de la inflación. Al final a la clase dominante no le quedó otra alternativa que dejar a un lado este tipo de política y recurrir a un ataque sistemático al Estado del bienestar, poniendo en práctica una política de privatización y recortes despiadados del gasto público en un intento de regresar a la política de presupuestos equilibrados y "dinero sano" del pasado. Ésta es la base real del monetarismo y el thatcherismo — su reflejo político—, que han dominado en los pasados veinte años.

El abandono del modelo en bancarrota fundamentado en "dirigir el capitalismo" no fue el resultado de un simple capricho o la malevolencia de la clase dominante. Ahora los utópicos reformistas de izquierda sueñan con un regreso a los viejos y buenos días del keynesianismo. Exigen, no el socialismo, sino "el capitalismo con rostro humano". Imaginan que es posible controlar el capital y eliminar sus características desagradables. En realidad, la burguesía se vio obligada a abandonar el keynesianismo porque amenazaba con hundir todas las economías del mundo occidental en la hiperinflación. Siguiendo por ese camino no hay solución posible.

Sin embargo, el intento de regresar a las antiguos y desacreditadas políticas ortodoxas de presupuestos equilibrados y "dinero sano" ha originado nuevas contradicciones insolubles. El giro hacia el monetarismo en los años ochenta originó la recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial en EEUU y Gran Bretaña. Por estos medios es verdad que han logrado controlar la inflación, al menos temporalmente. La tasa media de inflación en las economías de la OCDE está justo por encima del 1%. Pero lo han conseguido destruyendo una gran parte del aparato productivo, con profundos recortes en el gasto público y ataques a los niveles de vida, medidas todas que al reducir el mercado agravan aún más la crisis. A finales de los años ochenta, el capitalismo mundial ya se estaba dirigiendo hacia una profunda recesión. La razón principal por la cual la recesión que se produjo entre 1990 y 1992 aún no se convirtió en una recesión profunda fue el boom en Asia. Sin embargo este proceso ahora ha alcanzado sus límites.

Ni el keynesianismo, ni el nuevo dogma del monetarismo podrán resolver los problemas del capitalismo. Es verdad que parcialmente (y temporalmente), tuvieron éxito en controlar la inflación, ¡pero a qué precio! A pesar del actual boom no han tenido éxito en regresar a la edad dorada del auge de la posguerra. La persistencia de elevados niveles de desempleo en las principales economías capitalistas incluso en un boom es un síntoma de la enfermedad subyacente del sistema. El actual boom ha estado acompañado de un ataque despiadado a los niveles de vida y a las condiciones laborales. Es un boom a expensas de la clase obrera. Todos los gobiernos, sean de derecha, "izquierda" o centro, están siguiendo la misma política de recortes del gasto público. ¿Qué ocurrirá en la siguiente recesión?

Los precios en los países capitalistas avanzados sólo han subido un 2% anual. Sin embargo, en primer lugar esto no significa que hayan vencido la inflación, como se afirma muy a menudo. Los precios continúan subiendo, pero a un ritmo lento. Incluso aunque tuvieran éxito en reducir la inflación a cero, hay que recordar que la ausencia de inflación no significa que la alternancia de booms y recesiones haya desaparecido. En los días de Marx los ciclos duraban diez años aunque la inflación prácticamente no existía. Igualmente la mayor recesión en la historia, el crash de 1929, tuvo lugar en un momento en que los precios eran estables. En segundo lugar, los economistas burgueses no están convencidos de que se haya eliminado del todo la inflación. La subida de los precios de los activos y las acciones es también un tipo de inflación, y muy peligrosa. En EEUU los economistas temen que el debilitamiento del dólar y la recuperación en los últimos meses del precio del petróleo y otras mercancías puedan conducir a una reaparición de las presiones inflacionarias. Esto a su vez puede conducir a un aumento de los tipos de interés que pincharía el boom y llevaría a una recesión. The Econo-mist (25/9/99) observaba hace poco lo siguiente: "Lejos de estar muerta, la inflación ha tomado un disfraz nuevo y más peligroso".

El argumento de que la ausencia de inflación significa la abolición de los ciclos de boom/recesión es totalmente falso y demuestra una total ignorancia de la historia. La inflación también era baja en los años veinte, antes del colapso de 1929, y los era también en Japón en los años ochenta, antes de la recesión de la que todavía no se ha recuperado. Los estrategas del capital muestran una gran preocupación en privado. El problema está en que los efectos de la "exuberancia irracional" que Alan Greenspan mencionó hace tres años acaben saliendo a la superficie. Ahora Greenspan guarda silencio. No hay duda de que teme hablar y que sus palabras puedan ocasionar un repentino hundimiento de la confianza. No haciendo nada, la Reserva Federal (Fed) se ha convertido en un cómplice silencioso de lo que es en realidad un ejercicio imprudente y peligroso. Se ha apoderado en EEUU la ilusión de que cualquier forma de enriquecimiento refuerza el avance hacia un tipo de capitalismo paradisíaco y próspero. La nueva economía es simplemente un reflejo pseudoacadémico de la irracional creencia en esta idea. El loco carnaval de hacer dinero por procedimientos rápidos parece no tener fin. ¡Es tiempo de fiesta para todos! Y en medio de esta juerga, no hay lugar para caras agrias o palabras de advertencia. Comed, bebed y estad felices, mañana los precios de las acciones subirán de nuevo. Así ha sido y será siempre.

La degeneración del sistema capitalista se expresa en múltiples aspectos, no menos en el carácter y la conducta de sus representantes, tanto políticos como financieros. En los buenos días del oro, los banqueros se suponían hombres respetables, dedicados a la causa del dinero sano y los presupuestos equilibrados. Pero en la época de decadencia senil del capitalismo, cuando los bancos centrales han acumulado un poder sin precedentes en sus manos, la conducta de los banqueros centrales es todo menos responsable. Y no será por la falta de avisos. "Sea cual sea el método utilizado para medir, Wall Street se encuentra ahora más sobrevalorado de lo que lo estaba en vísperas del crash de 1929 o de 1987" (The Economist). En el pasado se decía que el papel de la Fed era llevar el cuenco de ponche cuando la fiesta estaba en pleno apogeo. Pero ya no es este el caso. Mientras públicamente hablan de cara a la galería de fidelidad y austeridad, Alan Greenspan tolera la formación de la mayor orgía de especulación financiera de la historia, aunque debería ser consciente de los peligros que ello implica. Es como el emperador Nerón, que se divertía mientras Roma se quemaba. En realidad, subiendo los tipos de interés un miserable cuarto de punto, ha echado más leña al fuego de la especulación bursátil. De esta forma, el viejo dicho de "a quién los dioses desean destruir, primero le vuelven loco" es totalmente correcto.

 

Marx sobre el crédito

Las barreras fundamentales para el desarrollo de las fuerzas productivas en la época moderna son la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Sin embargo, durante un tiempo el sistema pudo superar parcialmente estas barreras por una serie de medios, como el desarrollo del comercio mundial y la expansión del crédito. Hace tiempo Marx explicó el papel del crédito en el sistema capitalista. Es un medio a través del cual el mercado puede ir más allá de sus límites normales. En el mismo sentido la expansión del comercio mundial puede proporcionar una salida durante un tiempo, a costa de preparar una crisis catastrófica aún mayor en el futuro:

"La producción capitalista está ocupada constantemente en el intento de superar sus barreras innatas, pero superarlas por medios que luego harán que estas mismas barreras adquieran un tamaño formidable. La barrera real de la producción capitalista es el propio capital" (El Capital, vol. 3).

El circuito de la producción capitalista depende entre otras cosas del crédito. La solvencia de un eslabón de la cadena depende de la solvencia del otro. La cadena se puede romper por numerosos puntos. Más pronto o más tarde, el crédito debe saldarse en efectivo. Con demasiada frecuencia aquellos que se endeudan durante el proceso de auge capitalista se olvidan de este hecho. En la primera fase de expansión capitalista, el crédito actúa como un estímulo de la producción: "el desarrollo del proceso productivo se alarga por el crédito, y éste conduce a una extensión de las operaciones comerciales o industriales" (El Capital, vol. 3).

Ésta es sólo una cara de la moneda. La rápida expansión del crédito y la deuda empuja el mercado más allá de sus límites normales, pero en un cierto momento esto vuelve a su posición original. Durante el boom el crédito parece no tener límites, como el Cuerno de la Abundancia de la antigua mitología griega. Pero tan pronto como aparece la crisis la ilusión se desvanece. Los reembolsos se retrasan, las mercancías no se venden en los mercados ya abarrotados y los precios caen. El desarrollo del mercado mundial no altera este proceso fundamental, salvo en que cuando se manifiesta lo hace con un alcance inmensamente mayor. La acumulación de deudas en última instancia hace más profunda y más prolongada la crisis de lo que hubiera sido de otra forma. La reciente historia de Japón es más que suficiente para confirmar esto. Después de una década de boom, caracterizada por el aumento rápido de los precios de los activos y las acciones, la burbuja estalló finalmente debido a un marcado aumento de los tipos de interés. La situación fue muy similar a la de EEUU en la actualidad. El 25 de diciembre de 1989, el Banco de Japón subió los tipos de interés causando una profunda caída de la Bolsa, pero como los precios de la tierra aún continuaban subiendo fue necesario una nueva subida de los tipos de interés. En total los tipos subieron un 6% y a final de año los precios de las acciones cayeron al 40%. A pesar de todo el Banco de Japón mantuvo los tipos de interés elevados, medida entonces alabada por los economistas, que destacaron el prudente manejo de la economía por parte de la entidad japonesa. El resultado fue prolongar la recesión durante una década.

Con la globalización y la abolición de las restricciones al crédito y las transacciones financieras, el alcance de la expansión nunca antes fue tan grande, ni tuvo el potencial para un crash a escala mundial. Sin embargo la crisis no se origina por el capital ficticio, por las estafas de la Bolsa y el uso excesivo del crédito. Marx lo explica en el tercer volumen de El Capital:

"También ignoramos estas falsas transacciones y especulaciones que favorece el sistema crediticio. Una crisis sólo se puede explicar como resultado de una desproporción en la producción entre el consumo de los capitalistas y su acumulación. La sustitución del capital invertido en producción depende en gran medida del poder de consumo de las clases no productivas; mientras, el poder de consumo de los trabajadores está limitado, en parte por las leyes salariales, en parte por el hecho de que son utilizados en la medida que son rentables para la clase capitalista. La razón última para todas las crisis reside en la pobreza y el consumo restringido de las masas frente al vigor de la producción capitalista en desarrollar las fuerzas productivas como si existiera sólo un poder de compra absoluto de la sociedad y éste fuera su límite" (El Capital, vol. 3)

La expansión del comercio mundial y la apertura de nuevos mercados en Asia también proporcionaron un estímulo temporal, pero sólo a costa de provocar un colapso incluso mayor. La verdad del penetrante análisis de Marx sobre la naturaleza de las crisis capitalistas se demuestra con lo acontecido en Asia. Se presentó como un vasto mercado de miles de millones de personas que proporcionarían una reserva inagotable de demanda para las mercancías, servicios e inversiones occidentales. Al principio la promesa parecía hacerse realidad. Para Occidente el mercado asiático era grande y en expansión y logró evitar que la recesión de 1990-92 se transformase en una depresión.

Ahora todas las antiguas ilusiones se han hecho cenizas. El supuesto mercado chino, como ya dijimos hace ocho años, no era tan grande como se pensaba. Bajo el capitalismo un mercado no es lo mismo que el tamaño de su población. Si ese fuera el caso Bangladesh sería un mercado muy importante. El tamaño de un mercado depende del poder adquisitivo. El poder de compra de la gran mayoría de los chinos es muy bajo. Este hecho pronto comenzó a ser evidente para los observadores extranjeros. Comenzaron a aparecer artículos en la prensa occidental con títulos tipo "Cómo no vender 1.200 millones de tubos de pasta de dientes". La ilusión de los capitalistas consistía en confundir las necesidades humanas reales de la población de China con el poder de compra real y limitado de las masas en China y el resto de Asia.

La contradicción central del capitalismo es que el ansia por la plusvalía lleva a desarrollar las fuerzas productivas hasta un punto donde la masa de mercancías no puede ser absorbida por el mercado. En este punto aparece la sobreproducción. Durante un tiempo pueden eludir esta contradicción invirtiendo en lo que Marx llama departamento I, es decir, la producción de los medios de producción, maquinaria, fábricas, investigación y desarrollo, etc. Pero las contradicciones siempre reaparecen, ya que en determinado momento el aumento de la inversión en nuevas plantas y maquinaria se traduce en una masa de mercancías.

En Asia hemos visto un ejemplo clásico de este proceso, que ha tenido lugar casi en condiciones de laboratorio. La persecución de un mercado nuevo y potencialmente lucrativo atrajo un enorme volumen de inversión en Asia. Esto llevó a la construcción de nuevas fábricas con maquinaria moderna para sacar ventaja de los bajos salarios de la fuerza laboral en China y otros países asiáticos. Sólo ahora los estrategas del capital parecen ser conscientes de las implicaciones revolucionarias de este proceso. Las huelgas generales de Corea del Sur son una muestra de lo que ocurrirá mañana en China, Japón y en todos y cada uno de los países de Asia. La realidad de la crisis capitalista encenderá la conciencia de las masas.

Desde un punto de vista estrictamente económico Asia es ahora una prueba viva de la afirmación de Marx de la inevitabilidad de la sobreproducción. El origen del colapso en Asia no era el enorme endeudamiento, la corrupción y la ineficacia que tan frecuentemente citaban los economistas occidentales (antes de la crisis estas economías eran presentadas como modelos de eficacia y prueba de la superioridad de la economía de mercado). Estos factores eran simplemente manifestaciones externas de un problema más profundo. Si el mercado asiático hubiera continuado expandiéndose, generando mayores ventas y beneficios, nadie habría prestado la más mínima atención a sus deudas, fraudes o desequilibrios. Además este tipo de cosas siempre está presente en cada boom capitalista y en la actualidad lo están en la economía norteamericana. Sólo cuando se hace más evidente que la economía se encamina hacia la crisis, cuando aparece la sobreproducción (en condiciones modernas, en forma de exceso de capacidad), la demanda y los precios comienzan a caer y los márgenes de beneficios disminuyen, es cuando el mundo del dinero repentinamente se da cuenta se da cuenta del hecho de que todo el edificio está construido sobre cimientos de barro. Por consiguiente no es la ausencia de confianza lo que causa la crisis sino la existencia de crisis lo que causa un colapso de confianza, que se manifiesta en el abandono de la moneda (el bath tailandés, por ejemplo), escándalos financieros y crash bursátiles.

En la medida que el impacto de estos fenómenos es muy dramático y se instala en la psicología de millones de personas se toma el clima de desconfianza y desconcierto como la auténtica causa de la crisis. Está en la naturaleza del pensamiento burgués moderno (tanto en filosofía como en economía) el confundir apariencia con realidad y recurrir a explicaciones subjetivas que no explican nada en absoluto. ¿Por qué se desploma la confianza? ¿Por qué la crisis en Tailandia ocurrió en ese momento y no un año antes? ¿Por qué sólo en ese momento fueron visibles los fraudes y los desequilibrios? Esperaríamos en vano una respuesta de los economistas burgueses a estas preguntas. Cuando el actual boom en EEUU se derrumbe, serán igualmente incapaces de explicar por qué la famosa "confianza" —que lo mantiene actualmente a flote desafiando todas las leyes de la economía— se evapora como una gota de agua en una plancha caliente. La razón no es muy difícil de encontrar. Lenin dijo una vez que un hombre al borde de un precipicio no atiende a razones. Si los economistas buscaran una causa objetiva para la crisis del capitalismo, tendrían que admitir lo que no pueden —que el problema es inherente al propio sistema—. Sin embargo defender una idea tan subversiva no sería aconsejable, ya que la conclusión ineludible es la necesidad de un cambio fundamental de la sociedad.

 

 

¿Los cimientos están sanos?

Uno de los argumentos clave de los defensores de la nueva economía es que aún hay demasiado demanda de productos de nueva tecnología; ¡mirad todas las familias que aún no tienen Internet o teléfonos portátiles! ¡Y la televisión digital está a la vuelta de la esquina! Estos argumentos son infantiles. Aceptan precisamente lo que tiene que demostrarse, que la demanda (en el sentido real de demanda, entendida como poder adquisitivo) es capaz de expandirse indefinidamente. Que hay mucha gente en el mundo a la que le gustaría recibir los beneficios de Internet, un teléfono móvil, un coche nuevo, o incluso un cuenco de arroz, es más que evidente. Que posean los recursos necesarios para poder acceder a estos recursos es una cosa totalmente distinta. La característica de la producción capitalista es que los capitalistas individuales, en la búsqueda del beneficio, producen sin tener en consideración los límites del mercado hasta que llegado un momento el mercado se satura de mercancías que no encuentran comprador.

La demanda puede aún existir en el sentido de necesidades y deseos humanos —en este sentido realmente nunca hay sobreproducción—. Pero estas cosas no preocupan a los capitalistas, que están ocupados en la producción, no de valores de uso, sino exclusivamente de valores de cambio, que sólo pueden realizarse en el acto del intercambio. Si en la práctica se pueden realizar o no es otra cosa. Sólo durante un tiempo los límites naturales del mercado se pueden llevar más allá a través del crédito para tener luego los efectos contrarios. Una mirada superficial a la situación de la deuda en EEUU nos sugiere que la actual borrachera de crédito no puede durar mucho tiempo. El mercado está seriamente sobredimensionado. Esto llevará a una situación en la que el exceso tendrá que corregirse a través de un proceso bastante doloroso.

"Ya que el propósito del capital no es atender a determinados deseos, y ya que realiza este propósito por métodos que adaptan la masa de producción a la escala de producción y no viceversa, el conflicto entre las condiciones limitadas de consumo sobre bases capitalistas y una producción que siempre tiende a exceder sus barreras innatas surge continuamente" (El Capital, vol. 3).

La cuestión no es si basándose en la nueva tecnología existen nuevos campos de inversión, o si los capitalistas pueden conseguir beneficios para invertir en estas nuevas tecnologías. Tampoco si en determinada zona existe una demanda potencial de nuevos productos. La cuestión es si hay suficiente poder adquisitivo en la sociedad para que los capitalistas puedan vender todas las mercancías, y así realizar su valor en la práctica. Hasta ahora, la demanda en EEUU permanece fuerte, principalmente gracias al crédito y al boom bursátil. Cuánto puede durar, es otro tema.

La idea, esgrimida por los defensores de la nueva economía, de que la economía norteamericana está fundamentalmente sana y que el actual boom del consumo puede durar indefinidamente es totalmente falsa. Los que hacen esas afirmaciones tan injustificadas no tienen en cuenta los niveles sin precedentes de deuda en la economía. Partiendo de un nivel ya elevado del 85% en 1992, la deuda total de las familias ha alcanzado ahora un astronómico 102% del ingreso personal disponible. Uno de los negocios más rentables en EEUU actualmente son las tarjetas de crédito. Los pagos por servicio de la deuda están en niveles récord. En otras palabras, se está gastando más de lo que se ingresa, especialmente las familias más pobres. Esto tendrá consecuencias muy serias en una futura recesión económica.

Lo que es correcto para la deuda personal también lo es para las deudas empresariales, que también alcanzan niveles récords con relación al PIB. En un solo año (1998), los negocios no financieros aumentaron sus deudas en más de 400.000 millones de dólares. Esto no representaría un problema serio si el dinero se invirtiera en sectores productivos, pero no es el caso. El grueso de este dinero en realidad se ha utilizado para financiar la recompra de acciones. Hasta tal punto la fiebre especulativa se ha apoderado de la economía norteamericana.

Comentando esta situación, The Economist (25/9/99) afirma: "A pesar del boom económico, los préstamos bancarios no devueltos han aumentado y la tasa de impagos de bonos empresariales está alcanzando su nivel más elevado desde principios de los años noventa". Esto demuestra la fragilidad de las bases que sostienen todo este proceso. The Economist continúa: "Pero los precios de las acciones pueden caer, mientras la deuda mantiene constante su valor. Y sólo los ingresos pueden ser útiles para la deuda: los activos financieros no pueden pagar intereses a menos que se vendan. Si todo el mundo se ve obligado a vender, los precios de las acciones caerán de nuevo".

Marx explicaba el papel del crédito en la economía capitalista como un medio mediante el cual los capitalistas pueden empujar al mercado más allá de sus límites normales. En un período de boom, todo el mundo persigue el crédito, que parece estar dotado de propiedades mágicas. Es una parte necesaria del proceso de acumulación del capital y nadie está preocupado por los elevados niveles de endeudamiento. En la loca pelea por el beneficio, el crédito parece jugar un papel fundamental en impulsar la economía: "La expansión del crédito y el boom del precio de los activos tienden a autorreforzarse. La expansión más rápida del crédito estimula la actividad económica, los beneficios y por lo tanto los precios de los activos. A su vez, el aumento del precio de los activos favorece los balances equilibrados y permite a las familias y empresas pedir más dinero prestado. De esta forma, el boom del crédito estimula una burbuja especulativa" (The Economist, 25/9/99).

Pero cuando empieza la crisis todo el proceso se invierte. Ahora las deudas están llamando a la puerta. Los bancos no quieren dar más créditos fáciles. Las hipotecas están comenzando a no pagarse. La gente necesita dinero para pagar sus deudas. Todo esto se refleja en un aumento de los tipos de interés, que deprime el consumo y los márgenes de beneficio, y por lo tanto la recesión es aún mayor. El hechizo del crédito de repente se rompe, la carroza se convierte en calabaza y Cenicienta se ve obligada a regresar a casa en harapos, sólo para encontrar que su casa está embargada por el banco. Warren Buffet lo expresaba ingeniosamente: "Hasta que la marea no baja, no sabes quién se baña desnudo".

Al menos desde la revolución industrial, la rápida expansión del crédito jugó un gran papel en cada período de expansión capitalista. Sin embargo, en las condiciones modernas, ha adquirido unas dimensiones inauditas. De esta forma el surgimiento en los años 80 de burbujas especulativas en los precios de los activos en Japón, Gran Bretaña y Escandinavia y el rápido crecimiento del crédito fueron unas de las causas principales de la gravedad de la posterior recesión. Lo que inicialmente estimuló el boom, con el tiempo fue una de las principales causas de su perdición. En el auge, el crédito y el capital ficticio sirven para lubricar el sistema, pero más tarde sólo sirven para minarlo.

El actual desequilibrio de la economía norteamericana se manifiesta en el masivo crecimiento del déficit financiero del sector privado —la cantidad de ahorros de las empresas y las familias menos la inversión total—. A principios de los años 90, el superávit era del 4% del PIB. En la actualidad, el déficit es del 5%. En 1987 era un escaso 0,8%.

Cuando el boom se acabe, la gente tratará de pagar sus deudas, reducir los préstamos y ahorrar más. Es el fenómeno clásico del atesoramiento que Marx trata con detalle en El Capital. Todo el mundo quiere efectivo, nadie quiere gastar; así, cae el consumo y los mercados se reducen. Esto necesariamente produce una caída general de los precios y los beneficios. Para asegurarse una porción de un mercado que se achica, los capitalistas se ven obligados a recurrir a descuentos e incluso a vender sus mercancías por debajo del precio de coste. Esto a su vez conduce a una caída de la inversión. Pero, dado que la inversión es la fuerza motriz de cada boom, esto conduce directamente a la recesión. La profundidad de la recesión se agrava más por los excesos especulativos del período anterior, como la resaca es directamente proporcional al alcohol ingerido con anterioridad. Y el actual boom especulativo en EEUU es una fiesta de considerables proporciones.

 

La Bolsa

En todo boom hay un elemento especulativo, comenzando por el siglo XVII. Durante la tulipomanía holandesa (1630), un tipo poco común de bulbo se podía vender a 5.500 florines —50.000 dólares en moneda actual—. En el crash posterior, muchas personas se arruinaron. La historia se repitió casi cien años después, con la llamada "burbuja del mar del Sur" (1720), cuando una empresa de aventureros ofreció hacerse cargo de la deuda nacional británica a cambio del monopolio del comercio con las colonias españolas en América. En esa loca fiebre especulativa, los precios de las acciones subieron de 130 a 1.000 libras en siete meses, para estallar posteriormente. Entre los muchos que perdieron su dinero se encontraba el famoso científico Isaac Newton, quien comentó amargamente: "Puedo calcular los movimientos de los cuerpos pesados, pero no la locura de las personas". Antes del crash de 1929 se produjo el famoso escándalo de la tierra en Florida. Se pagaban fabulosas sumas de dinero por una ciénaga. Como siempre, la orgía especulativa terminó en lágrimas.

El capital ficticio, como llamaba Marx a la riqueza de papel generada por la especulación, ha jugado un papel similar en cada boom en la historia del capitalismo. Durante el período de auge hay una demanda febril de capital y una búsqueda irracional de beneficios rápidos y dinero fácil. Como explica Marx, el ideal de la burguesía es siempre hacer dinero del dinero sin la penosa necesidad de involucrarse en la producción. Este es el origen del juego en la Bolsa y otras formas de especulación. Durante los períodos de boom se generan grandes cantidades de capital ficticio y se dan por válidas aunque carezcan de una base real. En el actual boom de EEUU, éste fenómeno alcanza proporciones extraordinarias. No sólo se aprecia en los precios de Wall Street, inflados hasta el punto de que no guardan relación con el valor real o la rentabilidad de las empresas correspondientes, sino también en las asombrosas cantidades de capital ficticio que circulan por los mercados monetarios del mundo como derivados y recursos especulativos similares.

Que se están dirigiendo a una caída mayor es evidente para todos, excepto para un ciego y ofuscado admirador de la sociedad-casino. Comentando el peligro de un crash bursátil, The Economist (21/8/99) escribe:

"Dos importantes incertidumbres pueden oscurecer el paisaje. Una es la Bolsa. Si Wall Street sigue negando la importancia de los tipos de interés altos, como ocurrió en junio, será más difícil que ralentice el ritmo. A la inversa, una gran corrección en la Bolsa podría precipitar una caída profunda y poco confortable. La otra incógnita es cómo se comportarán los extranjeros. El déficit comercial norteamericano alcanzó el récord de 24.600 millones de dólares en junio y el país se dirige a un déficit por cuenta corriente del 4% del PIB este año. Como las economías de Europa y Asia se animen, los inversores extranjeros que están financiando este importante déficit podrían demandar tipos de interés bastante más elevados. La reciente caída del dólar y el fortalecimiento de los bonos puede ser el principio del cambio en los sentimientos del extranjero. La recesión económica de EEUU podría ocurrir más pronto de lo que nadie espera. Y Alan Greenspan ya no sería más un semidiós".

Es bastante sorprendente leer los comentarios de los "expertos", que alegan que no hay por qué preocuparse ya que los capitalistas han aprendido de los errores del pasado. Esto trae a la mente el comentario de Hegel, que decía que alguien que estudie la historia sólo puede extraer la conclusión de que nadie aprendió nada de ella. Todo lo contrario, los capitalistas actuales están ocupados repitiendo precisamente los errores del pasado, y al hacerlo están preparando una catástrofe aún mayor.

La actual borrachera especulativa de Wall Street no tiene precedentes. La especulación de 1929 palidece a su lado. En el espacio de doce meses, las acciones de empresas relacionadas con Internet subieron más de un 1.000%. Hasta la fecha ni una sola de esas empresas ha conseguido beneficios. Es similar al boom de los precios de la propiedad y las acciones en Japón en los años ochenta, cuando aumentaron cuatro veces y después se hundieron. El peligro de un colapso en Wall Street fue señalado hace ya cuatro años por Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal. En diciembre de 1996 avisó de la "exuberancia irracional" de la Bolsa, que en ese momento estaba en más de 6.000 puntos. Pero Greenspan y la Reserva Federal no hicieron nada para evitar la inflación de los valores bursátiles. Al contrario, después del colapso en Rusia en agosto de 1998, los tipos de interés norteamericanos bajaron, estimulando aún más la especulación. El índice Dow Jones se encuentra ahora en los 11.000 puntos. Esto ha producido euforia y la convicción entre muchas personas de que el aumento espectacular de la Bolsa puede ser eterno, cuando lo que se está preparando es su hundimiento.

Lejos de disminuir, esa exuberancia irracional fue a más por los pequeños aumentos de los tipos de interés decididos por la Fed. Greenspan ya no lanza avisos, y no es muy difícil comprender el motivo de su silencio. No es que este representante realista de los grandes negocios esté convencido de que el peligro ha pasado. Más bien al contrario; sabe que la situación es más peligrosa que antes y que el más leve shock puede hacer que toda la estructura se derrumbe. Una palabra poco afortunada del presidente de la Fed podría causar un pánico financiero. Y Greenspan no quiere pasar a la historia como el hombre que originó un crash en Wall Street.

Todos aquellos que dicen que la Bolsa no tiene nada que ver con la economía real y que un colapso en Wall Street no tendrá efectos serios están totalmente equivocados. Aunque la Bolsa tiene su propia ley, separada y aparte de las leyes de la economía real, no es verdad que no exista conexión entre ambas. Aunque el vínculo no es directo ni automático, existe. Por ejemplo, aunque el precio de las acciones en Wall Street parece no guardar relación con el valor real de las empresas que representan, en última instancia el dividendo de las acciones dependerá de los beneficios de estas empresas —de la cantidad de trabajo no pagado que puedan exprimir a la clase obrera—. El aumento del precio de las acciones es un anticipo del aumento de los beneficios y de mayores dividendos en el futuro. Cuando los hechos no se correspondan con esta previsión, los precios de las acciones caerán tan rápido como subieron. Es difícil obtener datos concluyentes de los factores que sirven para pronosticar las tendencias que seguirá la rentabilidad, pero sí existen algunos indicadores significativos de la situación real, que están lejos de ser satisfactorios. En 1997, el 70% de los beneficios de las empresas norteamericanas pertenecía a doscientas empresas; en 1999, ese mismo porcentaje pertenecía sólo a cincuenta. En parte esto refleja el creciente número de fusiones, pero no explica el cuadro en su conjunto. También parece señalar que los beneficios ya han comenzado a caer, excepto para un pequeño grupo de empresas vinculadas al sector de la TI. Ésta es una base muy pequeña para el conjunto de la economía norteamericana y mundial. Los datos anteriores también se acomodan al cuadro general de estancamiento y declive de la productividad. La situación sin duda es insostenible. Una vez se comience a constatar este hecho, Wall Street empezará a sufrir las consecuencias. Una vez los propietarios de acciones se den cuenta de que los beneficios previstos no se materializarán, comenzarán a deshacerse de ellas, provocando la caída de sus precios. La presencia de un gran número de inversores inexpertos empeorará las cosas. El desprendimiento se convertirá en avalancha.

De una manera distorsionada la Bolsa refleja el movimiento de la economía real y a su vez puede tener un gran impacto en ella. El actual boom del consumo en EEUU depende hasta cierto punto de la subida del precio de las acciones y de la deuda. Una vez que la burbuja estalle, tendrá un efecto destructor en la llamada confianza del consumidor. En la actualidad, casi el 50% de los norteamericanos posee acciones, directa o indirectamente, diez veces más que en 1929 y el doble que en 1987, año del último gran crash bursátil. Imaginar que un crash en estas circunstancias no tendría efecto en la economía real es una fantasía.

El boom bursátil en EEUU ha atraído —a pesar de que su economía se encuentra muy endeudada y con un gran déficit comercial con el resto del mundo— una gran cantidad de capital extranjero. Aquí tenemos una contradicción evidente. Si cualquier otro país estuviera en una posición similar, el capital huiría y la moneda se hundiría. Tanto Wall Street como el dólar parecen estar desafiando la ley de la gravedad, para deleite de los defensores de la nueva economía. Sin embargo, tanto en economía como en la vida todo lo que sube tiene que bajar. Más pronto o más tarde los desequilibrios masivos de la economía estadounidense harán surgir la preocupación entre los inversores extranjeros, que exigirán una compensación por el riesgo de depositar su dinero en ese país. Esto significa tipos de interés más elevados.

Lejos de esto, la Fed ha mantenido los tipos de interés bajos, o los ha subido un cuarto de punto, el equivalente a un astuto guiño a los especuladores, que toman a la ligera el consejo e inmediatamente envían el Dow Jones a nuevas alturas. En privado, Greenspan y los demás están muy preocupados por esta situación. Saben que el actual carnaval no puede continuar. Si la Fed no quiere actuar, tendrán que hacerlo finalmente los mercados monetarios internacionales. Una caída del dólar les devolverá a la realidad y les obligará a subir los tipos de interés a un nivel que se corresponda con la realidad de la economía norteamericana. Llegado ese momento, todo el edificio comenzará a derrumbarse como un castillo de naipes.

Todos los economistas serios están de acuerdo en que el peligro mayor al que se enfrentan ahora EEUU y la economía mundial es una crisis de deflación. Este fenómeno no se ve desde los años 30, excepto en Japón durante los últimos diez años. Es la imagen en el espejo de una crisis de inflación, pero a la inversa. Es una espiral descendente en la que caen los precios, se deprime la demanda y colapsan los préstamos bancarios. Todo combinado arrastra a la economía a la depresión. En estas condiciones, la caída de los precios no es la expresión de una economía sana donde aumenta la productividad (como por ejemplo el largo período de auge capitalista que precedió a la Primera Guerra Mundial), más bien al contrario, es una manifestación enfermiza de la ausencia de demanda y del colapso de la confianza en los negocios y la inversión. Dada la situación actual, en que los márgenes de beneficios ya están bajando, un aumento significativo de los tipos de interés reducirá seriamente la rentabilidad, provocando una reacción en cadena en toda la economía. La caída de los beneficios origina la caída de los precios de la Bolsa, que después afecta al mercado en su conjunto. La caída del precio de las acciones y el aumento de la deuda hacen que los consumidores sean cautos a la hora de gastar, lo que provoca una nueva caída de los precios, reduciendo el mercado todavía más. Aplastados por las deudas incobrables, los bancos se niegan a prestar más dinero y los tipos de interés reales suben a unos niveles punitivos, reduciendo aún más la tasa de beneficios. Como en el período anterior, el sistema capitalista ha ido más allá de sus límites naturales mediante la expansión del crédito, pero al final retrocede violentamente. Sin perspectiva de beneficios a la vista, los capitalistas dejan de invertir. El aumento del desempleo deprime más la demanda y la economía entra en una recesión profunda.

Los economistas burgueses tienden a identificar el ciclo de los negocios con la expansión y contracción del crédito. De ahí la tendencia de atribuir cada recesión exclusivamente a la subida de los tipos de interés. Realmente esa no es la causa —que, como explica Marx, es la sobreproducción —, sino un síntoma. Lo mismo ocurre con la crisis del mercado de valores. Sin embargo, estas crisis financieras pueden ocasionar el repentino colapso de un boom y magnificar los efectos de una recesión, dependiendo de la medida en que haya rebasado sus límites el mercado (por la especulación, el capital ficticio y la expansión del crédito durante el auge). Pero en el actual ciclo este proceso ha alcanzado dimensiones inauditas. Como avisaba recientemente The Economist, "cuanto más continúe la fiesta, peor será la resaca final, porque los desequilibrios, como el nivel de deuda, serán aún mayores".

 

Paralelismos con los años 20

En contra de lo que creen los partidarios de la nueva economía, el actual boom está lejos de ser único. El que precedió al crash de 1929 vio también un rápido crecimiento, estimulado por las nuevas tecnologías y técnicas de producción, como el automóvil y el fordismo, la radio, el avión y la electricidad, que elevaron la productividad a niveles sin precedentes. En los siete años previos a 1929, la tasa de crecimiento en EEUU (4,7%) fue mayor que en el boom actual, el desempleo fue menor (4%) y no hubo inflación. También fue un período de elevados beneficios y boom en el mercado de valores, y la gente creía que las vacas gordas durarían para siempre. Todo eso acabó en el mayor crash de la Historia, al que siguió una profunda depresión mundial. Hay muchos paralelismos entre esa situación y la actual. Esto escribió John K. Galbraith:

"La producción y productividad por trabajador a lo largo de los años 20 aumentaron fuertemente: entre 1919 y 1929, la productividad por trabajador en las empresas manufactureras aumentó en un 43% aproximadamente. Pagas, salarios y precios permanecieron relativamente estables, o por lo menos no experimentaron aumentos comparables. De acuerdo con esto, los costes se redujeron y, como los precios no sufrieron cambios apreciables, el resultado fue el aumento de los beneficios, que sostenían el tren de vida de los opulentos y ricachones; en parte, también alimentaron algunas de las expectativas que sostuvieron el auge del mercado de valores. Pero la masa de dichos beneficios se dedicó a estimular un alto nivel de inversiones de capital. Durante los años veinte la producción de bienes de capital aumentó a una tasa anual del 6,4%; los bienes de consumo no duraderos —categoría que incluye objetos de consumo masivo, como alimentos y vestidos— aumentaron solamente en un 2,8% anual. El aumento en viviendas, mobiliario doméstico, coches y similares —en gran parte representativo de los gastos de los adinerados y pudientes— fue del 5,9%. En otras palabras, la forma principal en que se gastaron los beneficios fue mediante el aumento de las inversiones en bienes de capital" (El crack de 1929, J.K. Galbraith, Editorial Ariel, p. 202).

Los límites de ese boom llegaron a un punto en que la demanda no podía seguir manteniendo la producción. Antes de que se agotara el boom del mercado de valores, la sobreproducción ya había comenzado a aparecer en EEUU.

"Ya dijimos que los índices de producción y actividad industrial de la Reserva Federal (naturalmente las estimaciones mensuales más comprensibles disponibles entonces), alcanzaron en junio una cota sin precedentes. A continuación cedieron y durante el resto del año se mantuvo esta tendencia. Según otros indicadores (salarios, fletes y ventas de almacén) el punto de inflexión correspondió a octubre un poco antes de que la tendencia de estos indicadores se manifestase claramente declinante. Empero, como han venido insistiendo algunos economistas (opinión respaldada por la alta autoridad de la Oficina Nacional de Investi-gación Económica) la economía norteamericana había comenzado a deteriorarse a principios del verano, o sea, bastante antes del crash".

"Este repliegue puede explicarse de varias maneras. La producción industrial, inicialmente, habría excedido las posibilidades de demanda del consumidor y de inversión. La razón más verosímil es que los intereses económicos, debido al característico entusiasmo de los buenos tiempos, erraron al estimar crecientes las perspectivas de la demanda, que les llevó a almacenar más de lo que posteriormente necesitaron. A consecuencia de esto redujeron sus compras, lo cual a su vez produjo un fuerte retroceso en la producción. En suma, el verano de 1929 señaló el comienzo de la familiar disminución de las existencias" (Ibid, p. 201).

En otras palabras, una crisis de sobreproducción provocó el crash bursátil. Ahora, muchos de los estrategas más serios del capital piensan que vamos en la misma dirección: "Los consumidores han estado pidiendo dinero prestado, han gastado alegremente y el ahorro familiar se ha vuelto negativo por primera vez desde los años 30. Las empresas también han pedido mucho dinero prestado. Como las importaciones suben vertiginosamente, el déficit por cuenta corriente de EEUU se dirige hacia el récord del 4% del PIB. El mercado inmobiliario también está empezando a echar humo; los precios de las primeras residencias en muchas grandes ciudades están por las nubes. Y por último, pero no menos importante, el crecimiento de la oferta monetaria parece excesivo. Estos son todos los síntomas clásicos de una burbuja" (The Economist, 25/9/99).

 

¿En qué etapa del ciclo?

Todos los factores antes mencionados están presentes en mayor o menor grado en el boom norteamericano y se han combinado para producir una espiral económica ascendente que está durando un período de tiempo sorprendentemente largo. Pero esa espiral ascendente está llegando a sus límites. La economía norteamericana está comenzado a mostrar síntomas de recalentamiento. En la cima del boom, cuando la economía está funcionando a toda mecha, los capitalistas ya no pueden obtener los mismos beneficios que antes. La tendencia hacia la sobreproducción presiona a la baja sobre precios y márgenes de beneficio. Al mismo tiempo, el casi pleno empleo (ya se están quejando de escasez de mano de obra en algunos sectores clave de la economía), al aumentar el poder de negociación de los trabajadores, hace subir los salarios. Por esta razón Wall Street se entristece cuando baja el paro en EEUU. El mensaje a los trabajadores norteamericanos no puede ser más claro: lo que es bueno para ti, es malo para los capitalistas y los tiburones de la Bolsa.

La única forma de prolongar el boom sería con nuevos aumentos importantes de la productividad. Pero esta opción no es nada realista. El aumento conseguido durante el último período lo fue a costa de los músculos y el sistema nervioso de los trabajadores, y eso tiene un límite. Han ido demasiado lejos por este camino y están provocando una reacción en todas partes. Por lo tanto, en el próximo futuro los empresarios ya no podrán seguir aumentando su margen de beneficios mediante este procedimiento.

El desempleo en EEUU está en su nivel más bajo en treinta años. Pero un gran número de trabajadores son precarios o trabajan a tiempo parcial, muchos de ellos precisamente en el sector de la TI. Estos trabajadores tienen pocos derechos y podrán ser despedidos inmediatamente en cuanto comiencen las dificultades económicas. Esto significa que en la próxima recesión el desempleo en EEUU crecerá rápidamente. Pero en esta etapa la economía parece estar funcionando al máximo, sin signos de recesión. Durante los últimos tres años, el PIB norteamericano creció una media del 4% anual. La productividad no agrícola aumentó en el mismo período un 2% anual, mientras que los precios (excepto en la Bolsa y en el mercado inmobiliario) han permanecido bajos.

Todo esto es utilizado para justificar la llamada nueva economía. Aunque en realidad que los precios se hayan mantenido bajos no tiene nada que ver con esto. Más bien es atribuible a los factores clásicos que están presentes en cada ciclo. En realidad, el pleno (o casi pleno) empleo, altas tasas de crecimiento y boom del mercado de valores —y también sobreproducción— son precisamente el tipo de cosas que se ven en el punto álgido de cada ciclo, justo antes del hundimiento.

En el último período, el principal temor de los economistas burgueses es la deflación de la deuda, es decir, una espiral descendente del precio de los activos, un aumento tal de la deuda de los poseedores de activos que acabe por obligarlos a vender, aumentando así las deudas incobrables y colapsando el préstamo bancario. Estos fueron los síntomas de las recesiones en el pasado, agravada, como ya hemos explicado, por la borrachera especulativa. Estos son los peligros que ahora afronta la economía estadounidense y mundial. Todos los factores que dieron origen al auge en un momento dado se convertirán en su contrario. Hace un año el príncipe de los especuladores, George Soros, avisó del peligro de un crash en los mercados financieros mundiales que podría ser una amenaza mortal para el capitalismo. Ahora surgen otras voces. No sólo el muy keynesiano J. K. Galbraith advierte de otro 1929; el padre del monetarismo, Milton Friedman, dijo exactamente lo mismo. Los representantes serios del capital —con un poco de retraso— han llegado a las mismas conclusiones que los marxistas.

Desde luego no es posible ser exactos en el cronometraje del ciclo. Exigir esto es no comprender nada de la naturaleza de la previsión económica. Engels señaló hace tiempo que la economía no es una ciencia exacta porque, entre otras razones, el retraso en las estadísticas significa que nuestro dibujo de la economía siempre está anticuado. Lo mismo decía hace poco The Economist (23/9/99): "[Los bancos centrales] funcionan en un mundo de enorme incertidumbre con mapas poco seguros. Debido al retraso en la publicación de las estadísticas, no saben exactamente en qué punto se encuentra la economía hoy, menos aún dónde estará mañana". Todas las predicciones económicas tienen necesariamente un carácter condicional. No es posible determinar con exactitud el ritmo de los acontecimientos. Además, el actual ciclo se ha prolongado de forma sorprendente. Pero el proceso subyacente sí se puede explicar y comprender. Y el resultado de la actual situación también se puede determinar con un grado de certidumbre razonable.

Samuel Brittan, del Financial Times, afirma que una crisis en la Bolsa de valores al final de este siglo podría infligir más daños que el crash de Wall Street de 1929. En un artículo aparecido en ese periódico el 22 de julio de 1999, titulado Las burbujas estallan, escribe lo siguiente:

"Algunos comentaristas y políticos están desinformados por la ausencia de presiones inflacionistas en los mercados de mercancías y servicios. Pero esta es una señal engañosa que se ha visto con frecuencia en burbujas anteriores". Y continúa citando a Stephen King, economista jefe del HSBC, que no sólo está convencido de que un crash es inevitable, sino que intenta demostrar cómo ocurrirá:

"La mayoría de las burbujas se desarrollan durante un período de crecimiento económico superior a la media y una inflación baja. La presión inflacionista a menudo se encuentra disfrazada por descensos globales en los precios de las mercancías o tipos de cambio fuertes que suprimen las presiones inflacionarias durante un tiempo". Aún más durante un boom, el rápido crecimiento de la oferta monetaria estimula directamente la subida de la producción o precios de los activos más altos, y el vínculo entre dinero e inflación se rompe temporalmente. Brittan continúa: "Según HSBC Economics, las fuerzas más probables que harán estallar la burbuja será la combinación de un nuevo aumento de los tipos de interés, a pesar de lo que hoy pueda decir Greenspan, y una caída del dólar; ambos acontecimientos se esperan entra la segunda mitad de este año y la primera del 2000. Esto llevaría a una reducción del crecimiento este año y al riesgo de una recesión en el 2001".

El tiempo exacto puede ser o no correcto, pero la lógica de la argumentación es impecable. Los economistas serios no esperan que el boom actual pueda durar mucho más y temen que los efectos de una recesión sean graves. El argumento de que la economía puede no verse afectada por un crash del mercado de valores (basándose en la experiencia de 1987) no se sostiene. HSBC sostiene que hay grandes diferencias entre la situación de ahora y la de entonces:

"Hace doce años había pocas evidencias de balances demasiado tensos en el sector privado y pocos motivos para temer una contracción múltiple del gasto en el sector privado fruto de una caída del precio de las acciones. Hoy el porcentaje de gasto sustentado por el aumento del precio de los activos es mucho mayor, y una corrección de su valor tendrá probablemente un efecto mucho mayor en la economía de EEUU".

El actual boom podría continuar un año o dos más, o podría terminar en cuestión de semanas. Es imposible ser precisos, pero todo apunta en esa dirección y a que cuando se produzca la caída será severa.

 

¡Marx tenía razón!

Lo impactante de la actual situación mundial es el asombroso grado de exactitud de las predicciones de Marx sobre el capitalismo. En El Capital se lee cómo uno de los principales medios mediante el que los capitalistas pueden (temporalmente) superar las contradicciones de su sistema es el desarrollo del comercio mundial. Este es el auténtico significado de la globalización: una colosal intensificación de la división internacional del trabajo. Pero como también explica Marx, a largo plazo ésta reproduce las contradicciones pero a una escala mayor que antes. La corrección de esta predicción se ve confirmada ahora por la realidad casi como si se tratase de un laboratorio.

Es más, el actual boom ha estado acompañado por persistentes niveles de desempleo sin precedentes en la mayoría de los países capitalistas desarrollados. En la OCDE, la cifra oficial (que no la real) de parados es de 30 millones. ¡En pleno boom! No es el desempleo cíclico, ni siquiera el ejército de reserva de desempleados del que Marx hablaba. Es un desempleo permanente, orgánico, que no desciende en períodos de recuperación. Es una úlcera venenosa que corroe las energías del sistema. Según la ONU, en el mundo el desempleo afecta al menos a mil millones de personas. Estas cifras por sí solas son una condena del capitalismo, y todavía algunos creen que es el mejor sistema posible. ¿Qué ocurrirá en una recesión?

Es verdad que en EEUU (aunque las cifras están maquilladas) el desempleo es relativamente bajo. Pero también hay que tener en cuenta la naturaleza de este "empleo", que en gran medida es temporal y mal pagado, con pocos o sin ningún derecho. Estos empleos desaparecerán de la noche a la mañana con una recesión, con profundas implicaciones sociales y políticas. Lenin dijo una vez que la política es economía concentrada. La recesión en Asia ya se ha manifestado en los inicios de una revolución en Indonesia, una crisis profunda del régimen en Malasia y un auge de la lucha de clases en Corea del Sur. Veremos las mismas consecuencias en el gigante dormido de China, que está en vísperas de acontecimientos revolucionarios que pueden sacudir todo el mundo.

Cuando miramos hacia América Latina, vemos que el colapso del boom ha creado una situación en la que se están preparando acontecimientos explosivos en un país tras otro. La mayor parte de los países se encuentra en una profunda recesión. Ecuador anunció hace poco que dejaría de pagar los bonos Brady (un mecanismo para ayudar a los países latinoamericanos a pagar las deudas de la crisis de los años ochenta); es el primer país en hacerlo —y con toda probabilidad no será el último—. Su economía ha caído un 7% este año, provocando una oleada huelguística sin precedentes. Venezuela —como Ecuador también productor de petróleo— vive una profunda crisis. A pesar de que los precios del crudo han subido en los últimos meses, la economía venezolana caerá un 6% en 1999. Además, la denominada revolución de Chaves está causando una profunda preocupación en Washington. Y el vecino régimen colombiano está a punto de caer, con consecuencias enormes para todo el continente. Una recesión en EEUU convulsionaría toda América Latina, situando los acontecimientos revolucionarios en el orden del día.

África está en efervescencia y las guerras afectan a muchas zonas del continente. La política de libre mercado —lejos de resolver los problemas— la hundió más en el caos, haciendo aparecer el fantasma de la barbarie. En Oriente Medio no hay ni un solo régimen burgués estable. El bombardeo de Irak por el imperialismo norteamericano fue un aviso a los pueblos de la zona y al mundo ex colonial en general para que no desafíen ni al capitalismo ni al imperialismo. Pero todas las bombas y misiles del mundo no pueden frenar el movimiento revolucionario de los pueblos por su emancipación. La magnífica lucha de los estudiantes iraníes, tras 20 años de dictadura de los ayatollahs, ha servido de aviso al mundo de que la revolución está empezando en ese país, y no sólo allí. Las divisiones en el seno de la familia real de Arabia Saudí y de otros Estados árabes son un síntoma de una crisis profunda, vinculada al movimiento convulsivo de los precios del petróleo en el mercado mundial.

La recesión asiática tardó casi un año en manifestarse en Rusia (en agosto de 1998), pero al final llegó. ¡Y de qué manera! El movimiento de los mineros y otros sectores de la clase obrera rusa fue un recuerdo de que el proletariado ruso está regresando a la lucha. La aparente estabilidad de Rusia engañó a los crédulos, que pronto volvieron a la realidad con una serie de crisis de gobierno, bombas e incluso una nueva guerra en Chechenia. No va a pasar mucho tiempo antes de que Rusia se enfrente de nuevo a un colapso económico. Lo mismo ocurre con China. El mercado está en bancarrota. La cuestión no estriba en si ocurrirán o no acontecimientos revolucionarios, sino en cuándo ocurrirán.

 

Efectos sociales del ‘crash’

Hace poco The Economist avisaba de que "hoy el mayor riesgo para la economía mundial es Wall Street". Cuando estalle la burbuja especulativa, todo el edificio se vendrá abajo. Las repercusiones psicológicas, especialmente en EEUU, serán inmensas. Se producirá una gigantesca reacción contra el mercado en todas sus formas. La violencia de esta reacción será proporcional a las ilusiones generadas en el período anterior. Los efectos se sentirán más profundamente en EEUU que en ninguna otra parte. Después de décadas de descenso del nivel de vida y aumento de las desigualdades, el sueño americano está hecho jirones. La desilusión y el cuestionamiento de la sociedad cada vez son mayores. El sentimiento de malestar general y alienación se comprueba en la baja participación en las elecciones y en la creencia de que a los que están arriba no les importan los de abajo.

El período actual, como hemos señalado, ha visto un incremento de la concentración de capital, es decir, un aumento masivo de la riqueza y el poder de una pequeña minoría, en un extremo, y de la pobreza, la miseria, la degradación y la enfermedad de la inmensa mayoría, en el otro. Esta tendencia, ya pronosticada por Marx y repetidamente negada por los sociólogos burgueses durante décadas, ahora es innegable. Han acumulado una riqueza fabulosa a costa de la explotación de la clase obrera.

Este sentimiento de alienación se refleja en pequeños incidentes que sin embargo tienen un significado sintomático profundo. En la película Titanic, varios ricos malos se hunden; en los cines estadounidenses esta escena era interrumpida por estruendosos aplausos. Esta reacción la comentaron con preocupación los observadores burgueses. Esta actitud hacia los ricos no sólo ocurre en EEUU. Este incidente, aunque a pequeña escala, revela un malestar subyacente y el cuestionamiento de los valores del capitalismo norteamericano, del creciente abismo entre ricos y pobres —en especial entre los jóvenes—, y de cara al futuro representa una amenaza de muerte para el sistema capitalista. Si éste es el ambiente ahora, ¿qué ocurrirá en una recesión? Este pensamiento debe producir insomnio a los representantes más inteligentes del capital.

Una recesión también tendrá efectos muy serios en Europa, sometiendo al euro a una tensión intolerable. Ya es evidente —como predijimos— que la introducción del euro aumentaría las contradicciones entre las diferentes economías europeas. Es imposible unificar Europa bajo el capitalismo porque es imposible hacer converger economías que se mueven en direcciones diferentes. Alemania, la más poderosa, tiene problemas. Se han alcanzado los cuatro millones de parados por primera vez desde tiempos de Hitler y no hay mejora a la vista. Seis institutos económicos han rebajado sus perspectivas de crecimiento este año del 2,3% al 1,7%. Pero la debilidad del euro imposibilita reducir los tipos de interés. Los problemas de las economías capitalistas más débiles son aún peores. En el pasado, Italia habría recurrido a la devaluación y al aumento del gasto público para salir de las dificultades. Ahora está encorsetada por un sistema rígido que probablemente no sobrevivirá a una recesión severa. En una crisis, todos los antiguos antagonismos nacionales resurgirán con una fuerza redoblada.

Se producirán convulsiones en un país tras otro, y más pronto o más tarde encontrarán un reflejo dentro de las organizaciones de masas de la clase obrera. Aquellos dirigentes reformistas de derechas como Blair y Schröder que han abrazado con tanto entusiasmo el mercado se verán condenados. Se producirá una gran oposición a la política de colaboración de clases de los dirigentes obreros. Después de un largo período en el cual las organizaciones obreras han girado a la derecha, reflejando las presiones del capitalismo, se producirá un giro a la izquierda en todas partes, abriendo enormes posibilidades para las ideas del marxismo.

En la víspera del nuevo milenio nos enfrentamos a la perspectiva de la revolución mundial por primera vez en la historia de la humanidad. Las revoluciones de 1848 —sobre las que escribieron Marx y Engels— estaban confinadas a Europa. Incluso la oleada revolucionaria que siguió a la revolución rusa en el período 1917-21, pese a que encontró un eco importante en Persia, China, Turquía, India y Egipto, fue un fenómeno principalmente europeo. Pero ahora todo es diferente. La formación de una sola economía mundial interdependiente y el fortalecimiento de la clase obrera como consecuencia del desarrollo de la industria en cada rincón del planeta han creado por primera vez las condiciones objetivas para la revolución socialista mundial. Basta una victoria decisiva de la clase obrera en un país clave para que la perspectiva de la transformación socialista de la sociedad y la cuestión del poder sea puesta en el orden del día en un país tras otro, en un continente tras otro. De la resolución de esta cuestión dependerá el futuro de la raza humana.