El estudio de la posición de León Trotsky sobre la lucha antiimperialista en América Latina tiene una gran relevancia para la realidad actual de nuestro continente. Concretamente, la teoría de la Revolución Permanente, formulada por Trotsky, dotó al marxismo de la base teórica correcta para comprender en toda su amplitud el carácter de la lucha antiimperialista de las masas trabajadoras en los países ex-coloniales y de capitalismo atrasado.

Lenin en El Estado y la revolución escribió: “Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para ‘consolar' y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola”.

La ferocidad con la que se ha desatado la agresión imperialista desde los acontecimientos del 11 de Septiembre ni es nueva ni tampoco será la última de este tipo. Mientras continúe la crisis del sistema capitalista, continuarán estas atrocidades en diferentes formas y en distintas zonas del mundo. Esta crisis va acompañada del declive ideológico y la regresión de los valores humanos. El tinte y el análisis con los que se presenta esta agresión imperialista no sólo son engañosos, sino que además son completamente falsos. Dos importantes "intelectuales" imperialistas han intentado dar una base "ideológica" a esta renovada agresión imperialista. Uno de ellos es Francis Fukuyama y el otro es Samuel P. Huntington. Ambos han trabajado en el departamento de exteriores estadounidense. Después de la retirada del ejército soviético de Afganistán en 1989, Francis Fukuyama publicó en forma de libro su infame tesis: El fin de la historia.

La semana pasada tuvo lugar una de las manifestaciones más grandes de la historia: más de tres millones de iraníes en las calles de Teherán para dar la bienvenida al líder religioso, el ayatolá Jomeini. La semana anterior se habían levantado barricadas y los trabajadores lucharon junto al ejército. Eran escenas que recordaban la revolución de febrero de 1917; los soldados se suponía que debían apoyar al viejo régimen pero, en su lugar, hacían guiños a la multitud y gritaban: "Estamos con el pueblo".

El colapso de la Unión Soviética ha provocado uno de los períodos más agitados y turbulentos de la historia de la humanidad. Lo que estamos presenciando no es "el fin de la historia", sino una crisis sin final del capitalismo. No hay una sola región del planeta que no esté sumida en una crisis social, económica o política. El capitalismo ha demostrado su incapacidad a escala mundial para resolver esta crisis y para seguir desarrollando la sociedad.

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